martes, 15 de febrero de 2011

EL FIN DE LOS PRINCIPIOS


Recuerdo que hace unos años, en una histérica entrega de Premios Martín Fierro, un grupo de actrices y actores vernáculos se desgañitaban al grito de ¡Somos actores, queremos actuar! o ¡Aguante la ficción!

Puños crispados y ojos brillosos complementaban el justo reclamo de trabajo de uno de los gremios con mayor desocupación de la Argentina. La mayoría de los medios periodísticos se hicieron eco de la velada, fundamentalmente por la notoriedad de quienes blandían tales reivindicaciones.

No se me ocurre que se tratara de una difusión solidaria del gremio periodístico, cuyo índice de desocupación también es alarmante.

Apagados los ardores de entonces, algunas cuestiones invitan a la reflexión. En la actualidad, desde programas que combaten la obesidad, pasando por ciclos de entretenimientos y hasta envíos decididamente periodísticos son conducidos por actores o actrices. En algunos casos, paradójicamente, por algunos de los que pusieron su garganta al rojo en aquél aquelarre bizarro mencionado al comienzo.

Puede que no me haya enterado, pero hasta el momento no conozco que ningún conductor televisivo o periodista del medio se haya encadenado a la Pirámide de Mayo al grito de ¡Soy conductor, quiero conducir! o ¡Soy periodista, quiero trabajar!

Los gremios que agrupan a los trabajadores de prensa, siempre atentos a su rosca interna y a ser funcionales a sus propias ambiciones, ni siquiera se ocupan del asunto.

En general, la llamada farándula declama una solidaridad y un respeto que encubren hipocresía y envidia. De mis treinta años de ejercicio ininterrumpido en el periodismo, pasé buena parte de ellos dedicado a la Cultura y el Espectáculo. Creo tener autoridad para escribir sobre el tema.

Un reconocido actor y productor que participó de varias campañas solidarias, fundió su productora luego de emitir una parva de cheques sin fondos, que tuvieron como destinatarios a numerosos colegas suyos, directores y guionistas.

Lejos de ser apartado del medio, increpado por sus compañeros o llevado ante la justicia, increíblemente fue premiado con un protagónico en una tira diaria que debutó en pantalla esta semana. Comentarios viperinos que nunca faltan sugieren que habría recibido una apetitosa suma por parte del gobierno para paliar su quebranto. Sugestivamente, se lo vio y se lo ve muy seguido en actos oficiales, que no siempre –casi nunca- tienen que ver con la cultura.

Tampoco hay por qué ser mal pensado. Puede que la militancia, un virus que anida desde hace un tiempo entre nosotros –casi siempre acompañado por favores-, haya contagiado a este talento argentino.

La misma militancia que, según otro prohombre de la escena nacional, lo llevó a volver de España, imbuido por el entusiasmo que le despierta la segunda independencia argentina y la necesidad de decir presente en el supuesto proceso de transformación de nuestro país.

La casualidad, que a veces existe, quiso que sea el encargado de presentar un ciclo de cine en el canal oficial.

Otras voces aseguran que su vuelta de España fue por un motivo menos patriótico y más terrenal: en la llamada Madre Patria no interesaban sus servicios.

En esta patética kermesse de desatinos, algunos autores se comportan a la altura de lo que son. La guionista de uno de los ciclos del actor-productor fundido reclamó la falta de pago de sus guiones vía Twitter.

Seguramente su juventud y su apego a las nuevas tecnologías alimentó una falsa y desmedida expectativa en la red social. Por lo general, una carta documento –herramienta a la que están apegados los autores con principios y dignidad- es el remedio más recomendable en estos casos.

Es probable que, de saberlo, haya preferido evitarlo, no sea cosa que en el futuro el medio televisivo le niegue trabajo. Aunque si no le preocupa cobrar, es evidente que no considera su labor como un trabajo.

Algo parecido a un pseudoproductor que conocí y que durante años mintió estar interesado en llevar a la pantalla grande una de mis novelas. Cada vez que hablábamos de reserva de derechos –o sea, de poner plata-, el interés se dilataba.

El mismo tipo contaba que presentó como guionista, junto con un grupo de amigos, un programa piloto a una reconocida empresa productora que, según su relato, al tiempo se apropió de algunos personajes para colocarlos en una telenovela de resonante suceso, que nada tenía que ver con la presentada por los muchachos.

En este caso no hubo Twitter, ni Facebook, ni mucho menos carta documento. El ambiente del espectáculo pierde la sonrisa cuando alguno de sus integrantes reclama por sus derechos.

Hoy, el sujeto dirige una empresa ligada con el gobierno, pomposamente anunciada como conectada a las industrias del espectáculo, sin que quien la dirige haya tenido el menor contacto con algún producto del medio, salvo el mencionado piloto, en el caso que haya existido.

El resentimiento y la decadencia de un actor reverberan con potencia. No entiendo la ingratitud de quienes hoy insultan y denuestan a colegas con los que departieron en el pasado sin ruborizarse, ni mucho menos esgrimiendo sus actuales y elevados principios morales, que los llevan a decir, por ejemplo, que hay gente de su gremio que defeca por la boca, expresión suavizada por el autor de esta nota, aunque la militancia exige (y espera) una metáfora más vulgar.

Estoy convencido que ninguno de nosotros puede tirar la primera piedra.

Es más: sugeriría que ni siquiera nos inclináramos a levantarla del suelo.