jueves, 1 de noviembre de 2007

ARGENTINOS


El kirchnerismo consiguió plasmar otro fenómeno en la historia argentina: que las elecciones del 28 de octubre pasado fueran las más turbias, sospechosas y vergonzantes de los 34 años ininterrumpidos de democracia que lleva la República.
Filas de votantes más extensas que para un recital de Soda Stéreo; lentitud en la votación; robo de boletas, "apretadas"; "punterismo" de la época de "La Patagonia rebelde", y la consabida –e irritante, intolerable- soberbia de algunos adláteres kirchneristas.
Muy suelto de cuerpo, el Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, al día siguiente del comicio, cumplió con uno de los preceptos básicos del kirchnerismo: buscar culpas en el otro, evitando la autocrítica.
Después de la paliza que recibió la futura presidenta en la Capital Federal (justamente el "territorio" de Fernández), el ministro de los ojos saltones y simpatizante de Argentinos Juniors, reprendió a los porteños, a los que acusó de "vivir en una isla", además de instarlos a "dejar de ser soberbios".
Es mejor apelar a un par de disparates que asumir que en esa "isla", Fernández sufrió la segunda derrota en un año. La primera fue cuando, el ahora legislador Daniel Filmus (a instancias del Jefe Gabinete) se presentaba como candidato a Jefe de Gobierno de la Ciudad Atónoma De Buenos Aires.
El resultado es conocido: perdió dos veces (y por paliza también) con Mauricio Macri. Primero, en las elecciones generales; luego, en el ballotage, que podría haberse evitado, dada la diferencia en los porcentajes, que convertían la tendencia en irreversible. Pero la "soberbia" alimentó otras posibilidades.
Así les fue.
Ahora es distinto. Cuatro años de la vida de la Argentina quedan en manos de una presidenta sin oposición, sin el menor control sobre su gestión. Con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, casi dos tercios a favor en la de Senadores, y la servil obediencia de los intendentes "fieles a la caja", Cristina Fernández, que es Kirchner, tiene las manos totalmente libres.
Peligrosamente libres.
Hay responsables, claro. Podríamos empezar por una oposición inexistente y egoísta, incapaz de articular una campaña cohesionada, para oponerse a personajes tan antipáticos socialmente y tan débiles políticamente, que no sólo se negaron a debatir, sino que, en cuatro años, dialogaron solamente (y con cuentagotas) con alguna prensa oficialista.
Después (o antes, ¿por què no?), está la ciudadanía. Dentro de los acalorados conciudadanos que se quejan hoy por el aumento en la bajada de bandera de los taxis, el incremento en las cuotas de los seguros, las prepagas y los colegios privados, se encuentra buena parte del caudal de votantes de la senadora patagónica.
Que –paradójicamente- representa en la Cámara a la Provincia de Buenos Aires, aunque no haya presentado en todo su mandato un solo proyecto.
Demasiados viajes (Francia, España, Alemania) provocan un estrés contraindicado para legislar.
Volvamos a los votantes: ¿qué esperaban? Muchos de ellos se entretuvieron las semanas anteriores al comicio con las batallas mediáticas libradas contra frutas, vegetales y hortalizas.
Primero fue el tomate, luego la papa, después el zapallo. Algunos sintieron que conquistaban Roma, porque el precio de la papa retrocedió a niveles todavía intolerables. Sin embargo, los consideraron normales.
Que esos mismos batalladores vayan velando las armas, para cuando deban afrontar los ya acordados aumentos en los servicios (telefonía, electricidad, gas), y se aboquen a organizar nuevos boicots.
La pregunta es: ¿cómo convencer a los consumidores, por ejemplo, que se abstengan de utilizar energía eléctrica, necesaria para ventiladores o equipos de aire acondicionado, en medio del tórrido verano de estas pampas?
Se avizora complicado. Pero todo puede ocurrir.
Tanto, que un histórico del peronismo como Manuel Quindimil tuvo que digerir uno de los tragos más amargos de su extensa carrera política: perdió la Intendencia de Lanús con Darío Díaz Pérez, el candidato oficial.
"Y..., el aparato es el aparato", explicó, lacónico, un veterano dirigente de las huestes del General.
Ese domingo 28 de octubre, las imágenes de los noticieros argentinos parecían emitirse desde la capital de cualquier país "bananero".
Vicios, artimañas, brutalidades que se creían definitivamente desterradas de la historia política argentina, recrudecieron al amparo de un gobierno que dice encarnar "la nueva política".
¿Cuál es, entonces, el verdadero rostro del "Padrino" al que la presidenta electa nombró en el Teatro Argentino de La Plata, en alusión al supuesto conductor de "la vieja política"?
Queda la sensación que en la Argentina hay una sola manera de hacer política. Ni vieja ni nueva: ruin, servil, extorsiva, mentirosa.
Y nadie se ruboriza.
Se compran voluntades (de los intendentes), se regalan electrodomésticos (a los votantes) y se entorpece el camino de los escasos opositores, con el mismo desdén con el que la presidenta electa decide que "el periodismo debe informar; no opinar, ni juzgar".
Curiosa contradicción la de la Primera Dama: por informar, opinar y juzgar, varios periodistas sufrieron la demencia "procesista", que –en algunos casos-, les costó algo más grave que el silencio impuesto de prepo. Algunos de los que se creían dueños de la verdad, de la vida y de la muerte entre 1976 y 1983, están siendo enjuiciados hoy por impulso de su esposo y actual Presidente, Néstor Kirchner.
Uno podría pensar que, al margen de la monárquica sucesión presidencial, en el dormitorio de Olivos quedan temas pendientes de conversación entre los cónyuges.
Inquietante, también, es el silencio de la corporación periodística y las organizaciones gremiales del medio, ante tan inaceptable y extemporánea intromisión.
Un amigo me recuerda a menudo que "nos negamos a aprender del pasado", e insiste en que "los ciclos históricos se repiten".
Hace bastantes años, con su fina y filosa ironía, George Bernard Shaw lanzó, desafiante, una de sus máximas: "La mayoría de la gente no piensa jamás. Yo me torné una celebridad. pensando dos o tres veces por semana".
Lo preocupante es que, alguna gente, interpretó que se trataba sólo de una humorada.

Carlos Algeri