martes, 24 de abril de 2012

AHORA MÁS QUE NUNCA


Escribo en caliente, contra lo que pregonan los académicos.
Porque el fútbol –por fortuna- no es académico.
Yo tampoco.
Después de la eliminación del Barcelona de la Champions, del clásico perdido unos días antes con el Real Madrid, los adalides del antifútbol se frotan las manos y comienzan a asomar la cabeza que tenían enterrada cuatro metros bajo la tierra desde hacía años. Los años que lleva el Barsa imponiendo su juego fenomenal, artístico, inimitable
Si ya no lo dijeron estarán por hacerlo. Fernandito, el Locutor Oficial (o el Relator del Relato, como prefieran), el Doctor,  las viudas de Bielsa y otros mediocres menos conocidos que los tres primeros, desempolvarán el discurso fariseo: el fútbol es trabajo, lo único que importa es ganar, hay que anular al rival como sea.
Todas estas frases cimentaron el antifútbol que se enseñoreó sobre la Tierra desde Italia en la década del ’60. Años en los que recuerdo que un equipo (es un decir) argentino fue directo del vestuario a la comisaría. Durante el “partido” (es otro decir) varios de sus jugadores (de alguna manera hay que llamarlos) habían desfigurado a algunos de sus rivales, que integraban –paradoja del destino- una formación italiana .
Es verdad que ese equipo (¡cómo me cuesta escribir esta palabra para identificar a un grupo de asesinos seriales!) logró títulos nacionales e internacionales y eso es lo único que hoy recuerda la historia. Fueron solamente animadores de estadísticas.
En el Mundial de 1974 algunos ni recuerdan que el campeón fue Alemania, embelesados por la selección de Holanda del magno Johann Cruyff, que salió segunda. No es un dato menor, sobre todo porque la Naranja Mecánica perdió 2 a 1 contra los germanos.
Más cerca en el tiempo, en 2009, un abominable latrocinio le impidió al Huracán de Ángel Cappa (por lejos el mejor equipo argentino de los últimos años) que se coronara campeón. Los métodos no fueron nada sutiles: un gol lícito del Globo anulado apenas comenzado el partido a Federico Domínguez (por presunta posición fuera de juego, que no existió) y un gol convalidado al rival con el arquero de Huracán en el piso tras un planchazo criminal en la jugada inmediatamente anterior.
Ese año 2009 recuerdo la cancha de Huracán repleta, con abuelos llorando de alegría con los regates de Pastore, Defederico, Toranzo y toda la troupe. Ni yo ni nadie se olvidará de esas emociones.
Es verdad que hubo un campeón. Las estadísticas siempre necesitan alimento.
Hoy más que nunca hay que bancar al Barsa, al genial Messi, al sensacional Guardiola y al resto de los integrantes de un equipo que es el mejor que me tocó ver en los años que llevo en el fútbol como espectador, que son muchos.
Hay que agradecerles lo felices que nos hicieron a los que aún conservamos intacto el paladar y esperar que sigan (porque van a seguir) por la misma senda: haciéndonos felices jugando con belleza el más bello de los deportes.
Los pregoneros del antifútbol ya tuvieron su merecido. Y si ahora pretenden volver con su prédica del bidón con agua podrida, ya saben hacia donde pueden dirigir sus pasos. Las caretas se cayeron y pesan demasiado para volver a calzarlas.
Aunque seguramente insistirán.
Tienen el cinismo, la vocación de lacayos del poder y el espíritu de mercenarios como elementos constitutivos de su adn.
En estos tiempos de borrasca, de mentiras pregonadas como verdades absolutas, es atendible que sea el fútbol el que vaya reordenando la grilla: los artistas por un lado y los farsantes por el otro.
Mi deseo es que los demás estamentos de la sociedad imiten al fútbol.
Y que el Barcelona siga jugando como hasta ahora.
O mejor.