jueves, 23 de julio de 2009

EL INEVITABLE OCASO DE LOS KIRCHNER


“Aunque la mona se vista de seda, mona queda”, sentencia el refrán.
El gobierno de los Kirchner convocó, forzado por la tremenda derrota electoral, a un diálogo político por el que ni ellos ni la más oposición más optimista dan un par de centavos.
Se adivina detrás de esta maquiavélica maniobra a Néstor Kirchner, quien le haría mucho bien a la República si públicamente anunciara su retiro de la vida política (y lo cumpliera), dejando de tramar en las sombras medidas dilatorias tan evidentes para ganar un tiempo que no le sirve para nada.
Ni el más obsecuente de su séquito cree, seriamente, que el patagónico pueda tener en lo inmediato el protagonismo político que perdió contundentemente en las urnas y que añora volver a recoger, como si bastara solamente con desearlo.
La reticencia de Kirchner a aceptar la derrota es patética. Y peligrosa.
Aunque haya dando vueltas por allí una información “optimista”, la Presidenta Cristina Fernández carece de iniciativa política y está muy lejos de librarse del influjo de su marido.
Un botón de muestra: el ministro de Economía, Amado Boudou, hasta el momento de escribir el presente artículo, carece de un equipo de colaboradores. Desde la asunción de la Presidenta, es un secreto a voces quién decide el rumbo económico de la Argentina.
País curioso, en el que después del 28 de junio se abrieron tranqueras para tarifazos varios en distintos servicios, pujas sindicales e internas del partido gobernante, mientras se conocía el dato de que el matrimonio presidencial había acrecentado su patrimonio personal, en un año, en un 158 por ciento.
Visto desde esta óptica y a juzgar por los resultados, no hay mucho para discutirle al ministro de Economía virtual, salvo que el crecimiento no se verificó en las arcas fiscales o en las reservas monetarias, sino en su esfera íntima.
Lo cual plantea un nuevo misterio: si la Argentina es una tierra tan pródiga para pingües negocios, ¿por qué los capitales extranjeros se muestran renuentes a aterrizar en nuestro suelo?
Combatir el capital tiene sus contraindicaciones.
Tampoco se comprende por qué, con tamaña rentabilidad asegurada, hay fuertes rumores que no será solamente C&A la única empresa extranjera que está pensando en levantar campamento.
No hay motivo para preocuparse: cualquier empresa que necesite una mano lo tiene al alcance al Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, experto en salvatajes nacionalizadores de compañías con riesgo de naufragio. El mismo Moreno que, contra todos los pedidos, no solamente no fue apartado de sus funciones, sino que ganó más poder en el cada día más desprestigiado INDEC, donde entronizaron a uno de sus hombres de mayor confianza.
Si a esto le agregamos el mamarrachesco “cambio” de Gabinete en el que Aníbal Fernández lleva la voz cantante (está todo dicho), el combo se parece a una provocación. A una última bravuconada con intención de acalorar los ánimos de la ciudadanía y la oposición, que han mantenido un equilibrio y una paciencia admirables.
La realidad es apabullante y los Kirchner se encaprichan en no querer reconocerla. Es sencillo: no están acostumbrados a perder ni a negociar. No es grave: todo se aprende si existe buena predisposición.
¿La hay?
Con este telón de fondo, la Argentina está perdiendo una formidable ocasión de despegue internacional, llevada por sus gobernantes a consumirse en una lucha estéril para renegar de algo que está muy claro: la mayoría de nuestros ciudadanos ya manifestó su disconformidad con la gestión K.
El ex presidente promovió un plebiscito y lo tuvo: setenta por ciento en contra. A partir de no reconocer este sencillo dato de la realidad política, se está perdiendo un tiempo valiosísimo para reconstruir una red social demasiado herida por la intolerancia y una práctica política sospechada por su turbiedad de procedimientos.
Los Kirchner deberán despojarse definitivamente de sus sueños monárquicos, como de la Ley de Radiodifusión, que pensaban motorizar a partir de un funcionario sobre el que pesa la denuncia de haber administrado una emisora ilegal y de haberla vendido durante el ejercicio de la función pública, procedimiento expresamente penado por la ley.
No parece la mejor carta de presentación para un proyecto que se anunciaba como un reaseguro vital para la libertad de expresión y la eliminación de los monopolios mediáticos.
Como tampoco cayó amable que durante la emisión de uno de los envíos del inefable ciclo (¿periodístico?) “6…7…8”, un verdadero bunker de propaganda pingüina que se emite de lunes a viernes por Canal 7, no bien se deslizó la posibilidad de abordar el tema del aumento patrimonial de los Kirchner, abruptamente el programa salió del aire, para volver minutos después con la promesa de continuidad del tema al día siguiente.
Si este engendro audiovisual (del que participan algunos periodistas que dan vergüenza por su genuflexión y otros arribistas que dan pena por su falta de recursos), tuviese algunos televidentes, todavía estarán esperando la continuidad del tema en cuestión.
Seguramente, de haber estado vigente la tan mentada ley kirchnerista sobre los medios de difusión, semejante disparate no hubiese asomado siquiera. No sería extraño que uno de sus postulados fundamentales fuese que en los medios de difusión se aliente el trabajo de quienes poseen aptitudes profesionales para ejercer esas funciones. ¿O acaso alguno de nosotros puede colocarse un guardapolvo, alquilar un consultorio y elaborar diagnósticos clínicos sin haber pisado siquiera la Facultad de Medicina?
La concentración de medios en pocas manos es tan nociva como el ejercicio ilegítimo de la profesión periodística en desfachatados que no pueden manejar una mínima idea informativa, son incapaces de dibujar una o con el fondo de un vaso y carecen de un léxico elemental para mantener una conversación.
No hay un mal peor que otro. Ambos son amenazantes para el ejercicio de una profesión que estrecha cada día más la posibilidad de un ejercicio digno.
De todas formas, los disidentes tendrán su espacio este fin de semana, para el cual Luis D’Elía convocó a un “cabildo abierto” en Plaza Once. Nadie sabe bien para qué ni por qué.
¿Importa?
El 28 de junio, los ciudadanos hemos expresado un mandato claro y mayoritario, con lectura inequívoca.
Lo que irrita, molesta y fastidia es que se nos pretenda desobedecer.

domingo, 12 de julio de 2009

NO HAY DUDAS SOBRE QUIÉN TIENE EL PODER


Uno puede imaginar a Néstor Kirchner frente a un espejo, levantando una espada y gritándole a su propia imagen: “Yo tengo el poder”.
Desteñido He-Man de la política argentina, el patagónico ya no puede ocultar su condición de titiritero, de ideólogo detrás de bambalinas.
Fiel a su temperamento, en el cual no hay lugar para la crítica ni el cambo profundo sobre las ideas propias, el ex presidente decidió enroques en un gabinete que no convence a nadie. O tal vez sólo a él. La excepción que confirma la regla.
Por estos días, en la Argentina existe la mayoritaria e inocultable sensación de que el gobierno sigue negándose a escuchar el mensaje de la ciudadanía, expresado en la votación del pasado 28 de junio.
Tomemos tres casos paradigmáticos.
Si existe dentro del elenco oficial un hombre capaz de provocar rechazo en la ciudadanía y en la oposición, ése es Aníbal Fernández, un verdadero todoterreno K, dueño de una verba inflamada de dudoso gusto.
Fernández fue Ministro del Interior de un gobierno renuente a la relación con otras fuerzas que no sean las adeptas. Luego Ministro de Justicia y Derechos Humanos, instalando su célebre definición de que en la Argentina (país asolado por la delincuencia) no existe inseguridad sino “una sensación de inseguridad”. ¿Potenciada por quiénes? Como no podía ser de otra manera, por los medios periodísticos.
Su pésima gestión en ambas carteras fue “premiada” por Néstor Kirchner con un ascenso: Jefe de Gabinete. El ex presidente entenderá que da beneficios contar con alguien con personalidad contemporizadora y discurso pacificador como don Aníbal, para coordinar políticas entre ministerios y tratar con la prensa.
El obediente Amado Boudou, ejecutor de la nacionalización de las AFJP con propiedad intelectual pingüina, es flamante Ministro de Economía. Seguirá obedeciendo las mismas órdenes: el verdadero arquitecto de la política económica argentina es Néstor Kirchner. Y tratando a menudo con el Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, capaz de suministrarle los indicadores más fiables de la economía vernácula.
Jorge Coscia, un cineasta con filmografía mediocre, de diputado nacional pasó a ser Ministro de Cultura. El 11 de marzo de 2007, el diario “Perfil” dedicó una extensa nota en la que detallaba que el ex Director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), durante el ejercicio de ese cargo, soportó observaciones por parte de la Sindicatura General de la Nación (SIGEN) y de la Auditoría General de la Nación (AGN). En ambos casos, la mira estuvo puesta en un supuesto desmanejo económico del organismo dirigido por Coscia, que en 2005 contó con un presupuesto de 86 millones de pesos. La advertencia de la SIGEN fue clara y precisa: “La calidad de los controles existentes evidencia altas probabilidades de ocurrencia de desvíos, errores o irregularidades”.
La nota de “Perfil” detalla, además, que la Oficina Anticorrupción investigó los desproporcionados viáticos del funcionario en viajes al exterior. Pese a todo, Coscia fue convocado por su amigo Alberto Fernández, por aquél entonces Jefe de Gabinete, para sumarse a la lista de diputados kirchneristas que encabezó Rafael Bielsa en la Capital Federal. Aunque la lista ocupó el tercer lugar en las elecciones, le alcanzó a Coscia para llegar a la banca de diputado que ocupó desde diciembre de 2005 y que abandonó recientemente para velar por el patrimonio cultural argentino.
La oposición ganadora de las recientes elecciones se aglutinó, muy compacta, para rechazar enfáticamente el ensayo gatopardista del oficialismo. Los ciudadanos seguimos pensando que los K son cosa seria: ni a propósito se puede leer tan mal la realidad. Tampoco es tolerable tanta incoherencia.
Fue la propia Presidenta quien en el simulacro de conferencia de prensa del pasado 29 de junio, aseguró que, con excepción de Graciela Ocaña, el gabinete ministerial no sufriría cambios.
¿Será destituyente preguntarse, en virtud de lo sucedido después, qué valor tiene hoy la palabra de Cristina Fernández de Kirchner?
Sobre todo, después de que el cambio de ministros lo anunciara el subsecretario de Medios, Alfredo Scocimarro, quien fuera jefe de campaña de Kirchner antes de su derrota “por muy poquito” en la Provincia de Buenos Aires. Suponemos que el vocero presidencial estará de vacaciones. ¿O fue relevado sin que nos enteráramos? En rigor de verdad, cuando está en funciones nunca habla. Otro prodigio kirchnerista: un vocero presidencial silente.
Néstor Kirchner habrá pensado que lo indicado era descomprimir un poco. Seguramente habrá sugerido otro evidente maquillaje político.
En su discurso del 9 de Julio, la Presidenta apeló a un genérico llamado al diálogo (dicho como al pasar, con escaso énfasis), sin identificar interlocutores ni emitiendo señales precisas, y sacando a la palestra (eufemísticamente) la necesidad de elecciones internas partidarias antes de los comicios, sean del tipo que fueren.
A Enrique Pinti no le hubiese salido mejor.
¿Elecciones internas como las que posibilitaron que primero su esposo fuese candidato, para que luego ella lo sucediera? ¿Quiénes votaron en esas elecciones internas? Si dan con algún votante, por favor avisen y no perdamos la ocasión de hacerlo entrar en el Guiness.
En este repliegue sobre sí mismos, los Kirchner ratifican que van de mal en peor. Mientras, en la Argentina la Gripe A ya causa pánico en todos los planos. El ministro de Salud, José Luis Manzur, quien debiera estar tiempo completo sobre el tema, recibió el llamado presidencial para que “reubique” en su cartera al hombre de su confianza que había destinado para que controlara los fondos para las obras sociales, casi mil millones de pesos.
En ese lugar irá alguien con línea directa con el dirigente gremial Hugo Moyano, quien estuvo a punto de generar un colapso nervioso en el matrimonio patagónico, cuando elogió públicamente a Eduardo Duhalde y amenazó con un paro de camioneros, sindicato que él preside. Alguna vez, un veterano dirigente peronista me aseguró: “En la Argentina, nadie negocia mejor que un sindicalista”.
Los Kirchner están muy anémicos políticamente como para afrontar una batalla con alguien como Moyano. Los platos rotos los pagó Manzur, pero lo imperdonable, lo incalificable, es que se privilegien internas de este tipo (que sabemos de sobra hacia dónde y hacia qué apuntan), en lugar de optimizar la lucha contra la pandemia que estraga a la Argentina.
En diálogo con un par de analistas políticos palpé lo mismo que transmite la calle a diario: la amarga e irremediable certeza que Néstor Kirchner, lejos de alejarse del gobierno, está más presente que nunca. Y la preocupante posibilidad de que su esposa, la Presidenta de los argentinos, se encuentre cada día más alejada de las decisiones de poder.
Un gobierno encapsulado, que solamente mira su propio ombligo, rodeado por una corte de obsecuentes, inspira desconfianza.
Siete de cada diez argentinos dejaron bien claro ese mensaje en las urnas el 28 de junio.
Desde el poder no quieren acusar recibo o, directamente, prefieren ignorarlo.
Cualquiera de las dos posibilidades resulta tan inquietante como alarmantemente peligrosa.

viernes, 3 de julio de 2009

SI USTED ME PERMITE, SEÑORA PRESIDENTA, TENGO ALGUNAS COSAS PARA DECIRLE


Señora Presidenta, no necesito aclarar que le escribo con respeto, porque el respeto hacia los demás forma parte de mi personalidad.
Sí escribiré despojado del temor, las dudas o la insustancialidad que algunos de mis colegas exhibieron en sus preguntas en la bochornosa “conferencia de prensa”, que usted brindó el pasado lunes 29 de junio, luego que siete de cada diez argentinos le expresaron claramente en las urnas que no comparten sus políticas de gobierno.
No es mi deseo aguarle la fiesta por su triunfo “con el sesenta por ciento” en El Calafate (“Mi lugar en el mundo”, según su propia confesión), pero sucede, Señora Presidenta, que la Argentina tiene límites más amplios que su reducto patagónico preferido.
Y en esta Argentina que primero la votó y ahora le acaba de propinar un tremendo llamado de atención, suceden cosas muy graves.
Una pandemia se está llevando vidas argentinas, mientras desde el gobierno que usted encabeza, lo único que se exhibe es improvisación e ineficiencia. Y algo mucho peor: una incalificable especulación política. La ex ministra de Salud, Graciela Ocaña, renunció un día después de la paliza electoral del 28 de junio, cuando –por las razones que invocó- debió hacerlo mucho antes. Y si ella no lo hizo, usted debió haberla reemplazado. Y, por qué no, haber postergado las elecciones por el alto de riesgo de contagio que representaban.
Pero, mezquindades de la política vernácula, Señora Presidenta, en la Argentina -según parece-, un voto vale más que una vida.
Seguramente a usted no le faltan barbijos, ni alcohol en gel, ni Tamiflú.
Probablemente tampoco los necesite.
La vida es muy distinta cuando se la ve detrás de vidrios polarizados.
Por si usted no lo sabe, Señora Presidenta, millones de argentinos viajan diariamente hacinados en colectivos, subtes y trenes, en el único momento de calor que les propicia este invierno cruel, que además del cuerpo les enferma el alma, cuando la impericia se une con la insensibilidad.
Entonces, el pueblo llora.
Llora de impotencia y de bronca cuando no se lo escucha, cuando se lo toma por estúpido, cuando se ningunea su reclamo en las urnas.
Y, como escribió Raúl González Tuñón, Señora Presidenta, “cuando el pueblo llora, mejor no decir nada, porque ya está todo dicho”.
Puede que usted, inducida a la sordera por quien la indujo (y podemos sospechar que la sigue induciendo) a equivocarse, no lo haya advertido.
No hay matemáticas, como las que usted ensayó, que puedan explicar lo inexplicable: si perdió por el setenta por ciento de los votos, por favor hágase cargo de admitir la derrota, felicite a sus adversarios por el triunfo y pregúntese qué ha hecho mal, para buscar las correcciones necesarias.
Ningún buen argentino (hay millones) desearía que a su gobierno le fuese mal. Pero usted (con una ayudita de sus amigos) está haciendo todo lo posible para que eso suceda.
Con la Gripe A sembrando muerte en nuestro suelo, ¿es irreverente de mi parte pedirle que encabece personalmente la lucha en contra de la pandemia, en lugar de buscar rédito político en el plano internacional acompañando el retorno de Manuel Zelaya a Honduras? ¿A quién se le ocurriría pensar en la terraza del vecino cuando en el techo propio hay filtraciones que amenazan su estructura?
No quisiera olvidarme de los aumentos de precios, Señora Presidenta. Alimentos, combustibles, seguros de todo tipo, empresas de medicina prepaga (que incrementan cuotas pero tienen demoras de entre 24 y 48 horas para enviar un médico a domicilio), y siguen las firmas.
“Casualmente”, después de las elecciones; cuando, desde hace meses, muchos sabían que esto ocurriría cuando ocurrió. Claro que, seguramente, de no estar el Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, defendiendo nuestros intereses, estos incrementos habrían sido monumentales.
Usted pensará que no la voté. Piensa bien. También pensará que no voté a su esposo en las anteriores elecciones. Sigue pensando bien. Aunque en democracia, no necesito recordárselo yo, usted gobierna para todos. Hoy, muchas de las personas para las que usted gobierna, pensamos que nos está tomando el pelo.
¿Sus dichos en ese simulacro de conferencia de prensa del 29 de junio es todo lo que está dispuesta a decir y a hacer después de nuestro reclamo en las urnas?
Es muy poco para tanto.
Su propio esposo fue quien convirtió estas elecciones legislativas en un plebiscito. Ya conoce el resultado. En democracia, se gana y se pierde. Le tocó perder. Pero es sólo una batalla. Si usted tiene voluntad de cambio y piensa realmente en el bien de la Nación, en la salud de la República, no dudará un instante en hacer lo que deba hacer para enderezar el rumbo.
No tema. Muchos, más de los que usted imagina, vamos a ayudarla si decide jugársela por el bien de la patria, deshaciéndose de tanta cizaña que la merodea, escuchando a quienes debe y expulsando a quienes se lo merecen.
No hay ninguna conspiración destituyente ni delante ni detrás de estas palabras. Esa idea fermenta sólo en algunas mentes envenenadas por el odio. No es mi caso.
Tan apegada a las ideologías como es, le aclaro que no soy “de derecha”, aunque creo que no hay por qué demonizar a esa corriente, siempre que se exprese democráticamente. En Europa pueden dar fe de esto. Cada tanto, la derecha alterna el gobierno con otras corrientes ideológicas.
Ignoro si por aquellas tierras consideran “destituyente” a la derecha. Sospecho que no, que el adjetivo es tan vernáculo como la sensación térmica.
No me preocupan la derecha, ni la izquierda, ni los disensos. Me rebelo, sí, contra la intolerancia, la soberbia, el autoritarismo.
Intuyo que no soy el único.
Usted, Señora Presidenta, gobierna para peronistas, radicales, socialistas, izquierdistas, derechistas, independientes y escépticos. De cada uno de estos sectores (y muchos otros seguramente) le han reclamado a gritos, figurativamente hablando, un cambio.
De usted depende que de la figuración no se pase a la literalidad.
No hay cacerolas de distinto rango, de acuerdo con el material de fabricación. Las protestas no son menos protestas según los barrios de donde provienen. Todas son protestas. Todas tienen idéntica legitimidad.
Un buen estadista es el que se libera de prejuicios y pone sus oídos al servicio del clamor popular, se produzca en Temperley, en La Quiaca o en Recoleta.
Un buen estadista es aquél que reconoce sus errores y está dispuesto a enmendarlos, respetando la voluntad popular.
Un buen estadista, tal vez, se preguntaría por qué una buena parte de los vecinos de “su lugar en el mundo” le negó el voto.