lunes, 29 de junio de 2009

NEGADORES


Las notas consignadas en este blog desde el momento de su nacimiento, eximen de cualquier presunción de oportunismo en su esencia y formulación.
Es más, leídas en perspectiva (desearía que no se interpretara como autobombo), algunas preanuncian situaciones muy fáciles de detectar.
Néstor y Cristina Kirchner padecen una severa actitud negadora, que les impide aceptar como valederas verdades irrefutables.
Ayer, en una histórica paliza electoral, el setenta por ciento de la Argentina le dijo definitivamente no a los sueños monárquicos del matrimonio patagónico.
Ambos se esforzaron en no acusar recibo. En el caso del renunciante presidente del Partido Justicialista (y copresidente de hecho), es menos preocupante que en el caso de la Presidenta de la Nación.
En una conferencia de prensa que dio vergüenza ajena (por la penosa condición profesional de mis colegas y las fatuidades respondidas por Cristina Fernández de Kirchner), la Presidenta se esforzó por fingir una simpatía que no tiene y por “dibujar” (como suelen decir los más jóvenes) un mapa electoral digno del personaje de Woody Allen en “Bananas”.
Eso, e intentar tomar por imbéciles al setenta por ciento de los argentinos, es lo mismo.
¿Tanto les cuesta a Néstor y Cristina Kirchner aceptar una derrota?
Sí, les cuesta muchísimo. No está en su naturaleza.
En su afiebrado esquema de valores, el éxito es sinónimo de vida; y la derrota, de muerte, políticamente hablando.
Son dos fundamentalistas.
Uno, ya quedó afuera de todo. La señora Presidenta, en cambio, impulsada a esta catástrofe política por su esposo, sería conveniente que reflexionara sobre cómo mejorar la comunicación con la oposición y –sobre todo- con la gente. Con la ciudadanía, para la que debe gobernar. Esa misma ciudadanía que en un setenta por ciento le dijo que no a su forma de analizar la realidad, de negar los problemas; de gobernar, en definitiva.
Resultaría mucho más útil para la vida institucional de la República que la señora presidenta se abstuviera de dar clases de periodismo a colegas sin agallas, incapaces de rebelarse ante el maltrato de una lega en la materia, y afinara su capacidad para la percepción de una realidad política y social que, de no mediar una corrección inmediata, terminará apabullándola.
El manojo de contradicciones en que incurrió el matrimonio patagónico en las últimas horas (el plebiscito del que habló Kirchner terminó reducido a poco menos que unas elecciones legislativas que apenas fueron un trámite, entre otras “perlitas”), fue respondido desde la oposición con la seriedad y la mesura que la gente exige a sus dirigentes.
Esa misma gente, pasado un lapso prudencial, exigirá también un cambio de rumbo en varios planos. ¿O acaso un setenta por ciento de la población votó en contra del gobierno porque la Argentina va de maravilla en maravilla?
La Gripe Porcina se desparrama en el país con su secuela de muertos, y la ex ministra de Salud, Graciela Ocaña, renuncia el día 29 de junio, porque entendía que hacerlo antes complicaba políticamente al oficialismo en las elecciones legislativas que (igualmente) perdió por escándalo.
Los motivos de su dimisión hay que buscarlos por el lado de sus diferencias con el gobierno en materia de prevención y en la negativa oficial a decretar el alerta sanitario en la nación.
Discrepancias demasiado graves y con un alto costo humanitario, como para condicionarlas a un calendario electoral.
¿Cuánto vale la vida de una persona en la Argentina? ¿Menos que un voto?
El país necesita, con suma urgencia, una alta dosis de cordura.
La ciudadanía ya hizo su parte.
Ahora es el turno de la dirigencia.
Oficialista u opositora, tendrá que demostrar que está a la altura de las circunstancias.

viernes, 26 de junio de 2009

AL MAESTRO, CON CARIÑO


Soy de los que piensa que en la vida no hay que privarse de los grandes momentos. Mi amigo Alejandro Apo sostiene que hay estar siempre preparados, alertas, para que ese instante irrepetible no pase de largo por nuestras vidas.
Recuerdo la emoción que me provocó la lectura de “A sus plantas rendido un león”, la primera novela que leí de Osvaldo Soriano, que ya había publicado tres anteriores.
A partir de ese momento, comprobé que la literatura podía ser profunda y entretenida. Sin saberlo, estaba preparado para el gran momento del que siempre me habla Apo.
De mi devota admiración por Soriano queda poco por escribir; de mi entrañable sentimiento hacia él, no hallaría palabras para graficarlo.
No entiendo por qué tardé tanto tiempo en rendirle este sencillo homenaje. Elegí “El Míster Peregrino Fernández” porque me parece una de las joyitas que Osvaldo escribió con forma de cuento. Sólo él, que jugó al fútbol (era centrodelantero, zurdo y goleador) en los bravíos torneos regionales, podía rescatar la ternura de personajes como este entrenador que seguramente no existió.
Aunque, tratándose de Soriano, a uno siempre le queda la duda.
Para quienes nunca lo leyeron, estén preparados.
Se viene un gran momento.


EL MÍSTER PEREGRINO FERNÁNDEZ, de Osvaldo Soriano

A Peregrino Fernández le decíamos el Mister por­que venía de lejos y decía haber jugado y dirigido en Cali, ciudad colombiana que en aquel pueblo de la Patagonia sonaba tan misteriosa y sugerente como Estrasburgo o Estambul. Después de que nos vio jugar un partido que per­dimos 3 a 2 ó 4 a 3, no recuerdo bien, me llamó aparte en el entrenamiento y me preguntó:

—¿Cuánto le dan por gol?
—Cincuenta pesos —le dije.
—Bueno, ahora va a ganar más de doscientos —me anunció y a mí el corazón me dio un brinco porque apenas tenía diecisiete años.
—Muy agradecido —le contesté. Ya empezaba a creerme tan grande como Sanfilippo.
—Sí, pero va a tener que trabajar más —me dijo enseguida—, porque lo voy a poner de back.
—Cómo que me va a poner de back —le dije, creyendo que se trataba de una broma. Yo había jugado toda mi vida de centro-delantero.
—Usted no es muy alto pero cabecea bien —insis­tió—; el próximo partido juega de back.
—Discúlpeme, nunca jugué en la defensa —dije—. Además, así voy a perder plata.
—Usted suba en el contragolpe y con el cabezazo se va a llenar de oro. Lo que yo necesito es un hombre que se haga respetar atrás. Ese pibe que jugó ayer es un angelito.

El angelito al que se refería era Pedrazzi, que esa temporada llevaba tres expulsiones por juego brusco. Muchos años después, Juan Carlos Lorenzo me dijo que todos los técnicos que han sobrevivido tienen buena fortuna. Peregrino Fernández no la tenía y era terco como una mula. Armó un equipo novedoso, con tres defenso­res en zona y otro —yo— que salía a romper el juego. En ese tiempo eso era revolucionario y empezamos a empatar cero a cero con los mejores y con los peores. Pedrazzi, que jugaba en la última línea, me enseñó a desequilibrar a los delanteros para poder destrozarlos mejor. "¡Tócalo!", me gritaba y yo lo tocaba y después se escuchaba el choque contra Pedrazzi y el grito de dolor. A veces nos expulsaban y yo perdía plata y arruinaba mi carrera de goleador, pero Peregrino Fernández me pro­nosticaba un futuro en River o en Boca.


Cuando subía a cabecear en los córners o en los tiros libres, me daba cuenta hasta qué punto el arco se ve diferente si uno es delantero o defensor. Aun cuando se esté esperando la pelota en el mismo lugar, el punto de vista es otro. Cuando un defensor pasa al ataque está secretamente atemorizado, piensa que ha dejado la de­fensa desequilibrada y vaya uno a saber si los relevos están bien hechos. El cabezazo del defensor es rencoroso, artero, desleal. Al menos así lo percibía yo porque no tenía alma de back y una tarde desgraciada se me ocurrió decírselo a Peregrino Fernández.


El Mister me miró con tristeza y me dijo: —Usted es joven y puede fracasar. Yo no puedo darme ese lujo porque tendría que refugiarme en la selva. Así fue. Al tiempo todos empezaron a jugar igual que nosotros y los mejores volvieron a ser los mejores. Un domingo perdimos 3 a 1 y al siguiente 2 a 0 y después seguimos perdiendo, pero el Mister decía que estábamos ganando experiencia. Yo no encontraba la pelota ni llegaba a tiempo a los cruces y a cada rato andaba por el suelo dando vueltas como un payaso, pero él decía que la culpa era de los mediocampistas que jugaban como damas de beneficencia. Así los llamaba: damas de bene­ficencia. Cuando perdimos el clásico del pueblo por 3 a 0 la gente nos quiso matar y los bomberos tuvieron que entrar a la cancha para defendernos.


Peregrino Fernández desapareció de un día para otro, pero antes de irse dejó un mensaje escrito en la pizarra con una letra torpe y mal hilvanada: "Cuando Soriano esté en un equipo donde no haya tantos tarados va a ser un crack". Más abajo, en caligrafía pequeña, repetía que Pedrazzi era un angelito sin futuro. Yo era su criatura, su creación imaginaria, y se refugió en la selva o en la cordillera antes de admitir que se había equivocado.


No volví a tener noticias de él pero estoy seguro de que con los años, al no verme en algún club grande, debe haber pensado que mi fracaso se debió, simplemente, a que nunca volví a jugar de back. Pero lo que más le debe haber dolido fue saber que Pedrazzi llegó a jugar en el Torino y fue uno de los mejores zagueros centrales de Europa.



NO TE SALVES


Entre tanta polémica estéril o gritos innecesarios, solemos perdernos momentos mágicos e irrepetibles, como el de poder disfrutar de un poema de Mario Benedetti.
Como indica el título, éste se llama “No te salves”, aunque al leerlo lo habitual es que sirva para salvarnos de una cuantas cosas.


No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves

no te llenes de calma

no reserves del mundo

sólo un rincón tranquilo

no dejes caer los párpados

pesados como juicios

no te quedes sin labios

no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre

no te juzgues sin tiempo

pero si

pese a todo

no puedes evitarlo

y congelas el júbilo

y quieres con desgana

y te salvas ahora

y te llenas de calma

y reservas del mundo

sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados

pesados como juicios

y te secas sin labios

y te duermes sin sueño

y te piensas sin sangre

y te juzgas sin tiempo

y te quedas inmóvil

al borde del camino

y te salvas

entonces

no te quedes conmigo.

martes, 23 de junio de 2009

BANANALANDIA


Lo único seguro en la Argentina es que ya nada puede sorprendernos.
A pocas horas de unos comicios legislativos que serían un tranquilo trámite cívico si la neurosis política de Néstor Kirchner no los hubiese convertido en un plebiscito para el gobierno que él maneja y en el que pone la cara su esposa, el ridículo explotó en plena compaña y por varios frentes.
Gerardo Morales, presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), el pasado fin de semana, denunció un pacto entre Kirchner y su principal oponente bonaerense, Francisco de Narváez, para reunir a la familia peronista luego del 28 de junio, sea cual fuere el resultado electoral.
No suena ilógico, conociendo la tendencia del movimiento del General y los antecedentes con los que cuenta en la materia. La denuncia de Morales tal vez se debilita un tanto (aunque pueda ser cierta) porque se la emparenta con aquél “pacto sindical-militar” que denunció Raúl Alfonsín en los umbrales de las elecciones de 1983, que ganaría el hombre de Chascomús fallecido este año. Los hechos posteriores (huelgas generales, levantamientos carapintadas) certificaron la veracidad de la denuncia.
¿La advertencia de Morales es auténtica o simplemente una pátina alfonsinista (con la carga emotiva que representa) para el crepúsculo de la campaña?
Si el pacto Kirchner-de Narváez corre por el mismo andarivel (es decir, si fuese cierto), los problemas podrían ser muchos. A la estafa moral, política y constitucional de las candidaturas “testimoniales” (resultado del fértil maquiavelismo del patagónico hincha de Racing), se agregaría la potencial traición del ex dueño de Casa Tía a sus votantes, a quienes les asegura que sólo él puede ser garantía de cambio en la Argentina.
¿La palabra cambio, en política, tendrá la misma acepción que en el diccionario?
Algún amigo se enoja cuando hablo de la nuestra como una república bananera. No me importa que se enoje. Me preocupa que no lo advierta. O quizá le guste, vaya uno a saber.
Los avisos oficiales están para el diván. O para Lacan. “A algunos les molesta que hablemos. Nosotros hacemos”, carga con todo la artillería K.
Analizado profundamente es un apotegma indisimulablemente fascista. Se sabe que al oficialismo no le importa ni la opinión ni las preguntas de los otros. Pero que lo admitan tan descaradamente…
Mientras Fernando “Pino” Solanas, el candidato más sólido de todos, crece en Capital Federal, a punto de poner en riesgo el segundo lugar que las encuestas auguraban para el Chicago boy Alfonso Pratt Gay, uno se pregunta qué recibirá en compensación Carlos Heller para poner la cara en el garantizado papelón kirchnerista en el siempre chúcaro suelo porteño.
Y puede preguntarse, además, si es posible tener peor olfato político que Elisa Carrió, para elegir como cabeza de lista de un movimiento supuestamente de centro-izquierda a un pétreo economista en el que cuesta encontrar un mínimo signo de emoción. Por las dudas, ella (que va tercera en la lista) ya abrió el paraguas y habló, muy consecuente con su modo de sentir, de una “autoinmolación” por la grandeza de la República. Y avisó públicamente que tal vez no llegue a ocupar una banca.
¿Se coloca el parche antes de la herida, o intenta una muy sutil y astuta estrategia?
También me plantean algunas dudas (no demasiadas) Luis D’Elía y el diputado Carlos Kunkel, hiperobsecuentes kirchneristas, quienes llamaron a sus “militantes” a copar la Plaza de Mayo el domingo 28 por la noche.
No dijeron si para festejar la victoria propia o impedir el festejo ajeno. Al fin y al cabo, la Plaza es del gobierno de turno. ¿O es del Pueblo?
¡Un constitucionalista a la izquierda; o a la derecha, por favor, pero constitucionalista al fin!
Se teme que haya fraude, como ya lo hubo en la elección presidencial que ganó Cristina Fernández de Kirchner. Muchos lo saben, nadie lo reconoce en público, porque al fin y al cabo, solamente la diferencia con el segundo puesto hubiese sido menor. No hubiese modificado la elección.
¿El delito es delito sólo cuando es grande, o cuando es pequeño también?
Por las dudas, ya tengo mi boleta. No sea cosa que la que tome del cuarto oscuro venga con alguna “imperfección de fábrica” que facilite su impugnación.
Yo, que nunca recomiendo nada, esta vez voy a apartarme de la regla. Lo más sano y serio es solicitar la boleta de los candidatos que uno piensa votar en locales partidarios. Estrechar al mínimo la potencial eficacia de un fraude que se da por descontado y que ya comenzó antes del domingo 28 de junio con las candidaturas testimoniales, las colectoras y demás ardides burdos para confundir a la gente.
Vivir en Bananalandia tiene algunos aspectos divertidos desde lo folklórico.
Pero en el umbral de una elección con este pronóstico, se siente un muy fundado temor por tanta precariedad intelectual y tamaña manipulación política.
En Bananalandia imperan la corrupción, la extorsión, el engaño, la estupidez y el desdén de numerosos ciudadanos, a los que les importa un bledo en manos de quién ponen el timón de conducción del suelo que habitan.
Así nos va.