jueves, 27 de diciembre de 2007

AHÍ VAMOS...


¿Y ahora qué?, me pregunto frente a la pantalla, este jueves con cielo plomizo de 2007 en retirada.
Dos guiones cinematográficos terminados, una novela readaptada, varios artículos (algunos publicados en este blog), dan cuenta de un año con gran actividad literaria.
Sin embargo, en este preciso momento, ahora que estoy aporreando las teclas, no tengo la menor idea de cómo sigue la película.
En la mente de un escritor que se precie siempre hay ideas.
Es mi caso.
Algunos bosquejos, trazos de diálogos confusos, algún personaje funambulesco (son mis preferidos) me habitan.
Nada, aún, tiene forma de camino, condición esencial –hasta hoy- para que me ponga a escribir.
Digo que me debo un descanso. Y me miento. En realidad, no sé qué quiero.
No está mal.
“Para poder encontrarse, antes hay que perderse”, escuché por allí.
Nada más cierto.
La confusión o la falta de certezas es una forma de estar perdido.
Intuyo que la brújula para el encuentro vendrá con formato de historia. Cine o novela. No lo sé.
Mientras tanto, la angustia. Que no preocupa, pero molesta. Me definí como un contador de historias. Cuando no cuento alguna me fastidio, un estado habitual aún cuando doy forma a alguna narración.
De modo que es cierto lo que opinan algunos por estos días: estoy intratable.
Lo confirmo yo mismo, que ni siquiera me aguanto.
Es el germen ideal para una buena historia, del género que sea.
No conozco ningún buen escritor (bueno, remarco) que haya escrito obras que merezcan leerse, a partir del influjo de una incontenible felicidad personal o pletórico de gratitud hacia esta espantosa sociedad que nos arroja a la cara, diariamente, sus peores crímenes.
Los escritores somos, ante todo, molestos vigías de una fiesta a la que entramos colados. ¿Qué otra cosa es esto que llamamos vida? ¿Acaso alguien nos consultó si nos interesaba pasar?
Es habitual que lo veamos no nos guste.
Algunos, en su momento, renunciamos a profesiones rentables, cómodas y alarmantemente mediocres, para sumergirnos en la inestabilidad de lo que algunos llaman vocación.
Soy uno de ellos.
Nunca me arrepentí.
Cambié la posibilidad de una casa en el country por las paredes rajadas de un PH; el quincho con jardín y pileta por un patio con baldosas de la época de los conventillos y una terraza con membrana transitable; suelo merodear con los bolsillos llenos de pelusas y raleados de tarjetas de crédito.
Mientras algunos empeñan hasta los huesos en préstamos para cambiar el auto, desde el 2001 -obstinada, tozuda, tal vez estúpidamente-, me niego a transar con esa cueva de ladrones legalizada que es un banco.
Ya me robaron una vez. ¿Les voy a dar la revancha?
Se acerca un nuevo año. Con él, deseos sinceros e impostados. Tanto a unos como a otros, se los ve venir desde lejos. Es cuestión de saber mirar.
2007 me volvió más escéptico, pero también más sentimental.
Ahá… por ahí puede pintar una historia… Uniendo retazos, convocando personajes. Tampoco es tan apremiante que el inicio de 2008 me encuentre con las manos en las teclas.
Es probable sí, que sume un programa de radio menos en mi haber. Lo ideé de la nada (una de mis especialidades), es un éxito, pero económicamente yo, que vivo de esa actividad, no atrapo un billete ni por equivocación. Entonces, no sigo. Prestigio con la panza vacía es sinónimo de traición e indecencia.
Por lo menos para mí.
Me tildan de duro e intransigente.
¿Se puede ser blando y conciliador frente a quienes se cuelgan jinetas de gloria compartida, pero dineros bien guardados (para ellos)?
La radio es un pasatiempo, “una realización personal”, una forma de reconocimiento inesperada para amigos, familiares y afines.
Para ellos, claro.
Para mí, es un laburo. Un hermoso y fascinante laburo.
Ellos son los que hablan de justicia social, citan las palabras del General y niegan sus cuentas en Suiza (la del General).
Aunque, por lo bajo, saben cómo hacer humo fangotes de guita vía cuentas en exóticas islas caribeñas o países inhallables.
Si alguna vez rozaron la gloria o la felicidad, es porque ambas practican el amor libre y entregan más de lo que reciben.
Aunque dudo severamente que hayan podido reconocerlas. Pocos viven. La mayoría, sobrevive. Aún en suntuosas mansiones, a bordo de automóviles brillantes como la nieve, sobreviven. Penosamente, sobreviven.
Y sueñan con otra vida, con otra mujer (distinta de las que tienen y ya no los soporta), con una felicidad a la que no pueden alcanzar porque les falta preparación atlética. Entonces, se les escapa; y cuando les saca dos metros de ventaja, da vuelta la cara y les muestra una lengua burlonamente stoniana.
La vida no es como uno quiere que sea, sino como es.
El precepto tiene validez para todos aquellos que no escriben.
El escritor puede dar vuelta la vida y la realidad en su ficción antojadiza, egoísta, irreverente e ilógica.
Puede transformar su mundo, y tiene la obligación de hacerlo. No debería existir lector que le perdonara no cumplir con su misión.
En este final de 2007 hay también reencuentros.
Con gente noble, sincera y sentimental, condiciones indispensables para que yo sienta amiga a una persona.
Con ellos vuelvo a hacer radio, mientras pienso (sin desvelarme) si mi próximo paso será una novela o un guión.
Poco importa.
A la manera de Kerouac, sigo en el camino.
Ahí vamos…