lunes, 2 de noviembre de 2009

SALAMES


Muchos tenemos la sensación, por no decir la seguridad, que en esta Argentina campea la injusticia, el miedo y la muerte.
Hace un tiempo, el más mediático de los ministros kirchneristas, Aníbal Fernández, dijo que en el país no existe inseguridad sino “una sensación de inseguridad”.
Lo dijo sin que se le moviera un solo pelo de su inefable bigote. Lo llamativo es que, en una nación seria, pero en la que mueren por día varios ciudadanos víctimas del delito, el ahora Jefe de Gabinete hubiese saltado como una llave térmica ante un exceso de tensión.
En un país serio, puede ser. Pero Fernández siguió, sus amigos del gobierno no lo amonestaron (seguramente hasta lo deben haber felicitado) y el quilmeño lenguaraz continuó con su retórica vacua, primero como Ministro del Interior, luego en la cartera de Justicia y Derechos Humanos, y ahora en la jefatura de Gabinete.
Algo tendría que preocuparnos más: la tolerancia ciudadana ante lo que, por lo menos, puede considerarse un agravio a la inteligencia de los argentinos.
En el círculo kirchnerista justifican las multidesignaciones de Fernández por su lealtad al matrimonio gobernante. ¿Para ejercer un cargo no será necesaria también una pizca de decoro y prudencia?
Este personaje arrogante, altanero y provocador, que trató de “vago” a Mauricio Macri, que cada tanto se trenza dialécticamente con Magdalena Ruiz Guiñazú en la mañana de Radio Continental, tiene la función de hablar en representación de un gobierno silente.
Los Kirchner son tan excéntricos que, primero Néstor y luego Cristina, tuvieron un vocero presidencial, Miguel Núñez, a quien los ciudadanos no le conocen la voz. Es verdad que Núñez renunció a su cargo hace un tiempo, aunque seguramente de haber permanecido como funcionario tampoco hubiese hablado, función primordial en todo el orbe para un vocero presidencial.
La última genialidad de Aníbal F. fue cuando dijo que en el Gobierno de la Ciudad “se están haciendo todos los salames” (mal construida sintácticamente la oración, ministro: lo correcto es decir “todos se están haciendo los salames”), en alusión al problema que enfrenta a la Policía Federal con el poder macrista, interna que tiene el tufillo de estar siendo atizada por el gobierno kirchnerista, al que le espanta la idea de una Policía Metropolitana autónoma.
Todo, en aras de viles y asquerosos intereses políticos. Mientras tanto, se mata, se viola, y se lastima gente en cualquier barrio de cualquier punto del país, sin que nuestros representantes hagan otra cosa que “hacerse los salames”.
No quisiera pensar que en lugar de “salames” pudieran ser cómplices. Sería mucho más grave. Se puede ser cómplice por acción o por omisión, por desidia o por incapacidad.
El reciente paso por el Taj Mahal no parece haber sacudido la sensibilidad presidencial. Cristina Fernández de Kirchner se preocupa más por abrazar en público a Milagro Sala, una suerte de comandante piquetera jujeña, que de prestar atención a la terrible sucesión de muertes que su gobierno errático e ineficaz no es capaz de frenar, y mucho menos de evitar.
Es verdad que los aviones no paran frente a un semáforo donde puede estar agazapada la muerte. Pero suponemos que la Presidenta lee los diarios y ve televisión, aunque se declare “cinéfila”.
Imaginemos que el problema de la inseguridad expone groseramente la falta de ideas y la incapacidad kirchnerista. Sobran ejemplos en el mundo para bucear de qué manera combatir el crimen. Con un poco de humildad e interés por la consulta, pueden avanzarse unos cuantos pasos hacia adelante.
Las cortinas de humo que se arrojan desde el oficialismo para no hacerlo son varias: el supuesto garantismo, la inimputabilidad de los menores o la creciente marginalidad, que alimentan fundamentalmente los gobiernos deshonestos.
Que la gilada se coma esas galletitas, mientras el oficialismo gana tiempo para diseñar la Reforma Política, movida tan imprescindible para la salud de la República como la Ley de Medios.
Señora Presidenta, doctor Kirchner, doctor Fernández: ¿Cuánto vale para ustedes una vida en la Argentina? O, dicho más crudamente: ¿Cuánto les importa a ustedes que muera tanta gente inocente a la que deberían brindarle seguridad? ¿Cómo se califica el accionar de quienes deben proteger a una sociedad y, en cambio, la sumen en la más profunda indefensión?
Y ustedes, provectos miembros de la Justicia, ¿también se “están haciendo los salames”? Si, con semejantes urgencias sociales, para la Suprema Corte de Justicia la prioridad es la despenalización por la tenencia de marihuana para uso personal, estamos en serios problemas.
¿Dónde están los jueces, los fiscales o los abogados, que bien podrían actuar de oficio en cualquiera de estos casos de inseguridad, e incluso exigir al gobierno que custodie la vida de los ciudadanos que solventan sus abultados sueldos?
No, claro. Es mejor “hacerse los salames”, seguir cobrando puntualmente el sueldo, mover algunos papeles de lugar durante la semana, quejarse por la falta de medios y esperar el ansiado día en que llegue la voluminosa jubilación por los servicios prestados a la sociedad.
Será el momento de abandonar el Juzgado, para pasar a disertar en el Colegio de Abogados más cercano a sus domicilios sobre alguna insípida modificación procesal. Ya estarán grandes (y cansados) para hacer lo que no hicieron cuando debieron hacerlo.
La pata de la mesa que falta es la Policía, sobre la que huelgan los comentarios. Un cóctel de incapacidad (nuevamente), corrupción y corporativismo nunca será sano para el cuerpo de una nación.
¿Y la oposición política? La definición de Roberto Pettinato en “Clarín” (disculpen ustedes, compatriotas kirchneristas) del viernes 30 de octubre es exquisita: “Una reflexión: ¿puede ser que tengamos un Gobierno que hace las mil y una para que la oposición se una contra ellos, y así y todo… no lo pueden lograr?
Textos como éste, desde el apolillado ideario kirchnerista (en el caso que existiese) pasará a ser considerado un “panfleto de derecha”, como si la vida humana debiera ser garantizada o defendida según su ideología.
Lo saben, pero prefieren “hacerse los salames”.
Es cierto que había una época en la que quienes se decían de derecha parecían acumular todos los pecados, mientras los que se reconocían de izquierda o de centro-izquierda, ofrecían, por lo menos, una cierta imagen de honestidad y decoro. Hoy, la codicia los unió en matrimonio.
Los hijos de esa pareja deambulan por esta sociedad indefensa, temerosa y a punto de ebullición.