domingo, 6 de enero de 2013

INNECESARIA Y ARTIFICIAL


¿Era necesaria?

No, decididamente no.

Cloud Atlas, la red invisible es la prueba elocuente de que no basta con proponerse ser innovador, sino que la innovación –por lo menos en el cine- hay que sustentarla con una historia sólida y atrapante.

Muchos cinéfilos (si es que en esta época pochoclera se permite la subsistencia de los mismos) se restregaban las manos ante el matrimonio de los hermanos Wachowski (Matrix) y el alemán Tom Tykwer (Corre, Lola, corre). Suponían que la reunión de talentos potenciaría el producto, por simple suma de cualidades.

Me costó bastante dilucidar que eran seis las historias que se cuentan en la película, yendo y viviendo en el tiempo y el espacio, con el karma, la reencarnación y otros interrogantes metafísicos torturando a esos personajes que, alternativamente, van sufriendo desde el salvajismo de una época esclavista hasta los horrores de un futuro distópico.

A lo que vi, debí unir lectura para arribar a estas conclusiones, porque las dos horas con cincuenta y dos minutos que se toman los Wachowski y Tykwer para contar tan descomunal historia, no sólo es demasiado: es indigno.

Hay ocasiones en que las reglas de la narración pueden ser dinamitadas y el resultado bordea la excelencia, como en El árbol de la vida, del indefinible Terrence Malick . Y hay otras, como la que nos ocupa, en que esas señales son arrojadas a la cara del espectador sin la menor pista, sin el más elemental código que habilite la comprensión de lo que verá en el curso de casi tres horas. Historias supuestamente unidas por una red que es literalmente invisible.

El elenco se esfuerza por hacer lo suyo con dignidad: Tom Hanks, Halle Berry, Hugh Grant y Susan Sarandon, entre muchos otros, merecen un mejor envase para personajes que, en algunos casos, destilan una riqueza dramática que los realizadores no supieron explotar.

Patragruélica producción independiente, Cloud Atlas, La red invisible, insumió cien millones de dólares de producción, de los cuales en los Estados Unidos lleva recaudados unos veintiséis millones, esperando que en el resto del mundo la cifra redondee sesenta y cinco millones de dólares, como para recuperar una buena parte de lo invertido.

No hay que ser Nostradamus para oler un mal pronóstico.

Los grandes estudios, a pesar del prestigio –sobre todo- de los Wachowski, decidieron que el film no valía el riesgo. Decisión lógica: leyeron el guión. De allí que los directores de Matrix invirtieran  capitales propios para poner en marcha la filmación de su propio capricho.

Desde el vamos se sabía que no sería una película fácil. Luego de verla, no quedan dudas que se trata de una película insoportable que, sin embargo, fue defendida con tibia vehemencia pretendidamente intelectual por ciertos critiquejos argentinos, mientras que algunos –empleados en los diarios de mayor circulación- le bajaron el precio solapadamente, cuidando escrupulosamente cada palabra, casi disculpándose ante el lector por no tener la valentía de escribir que lo mejor de los Wachowski hay que buscarlo en Matrix , mientras que el Tykwer más sutil está en Corre, Lola, corre.

Nada nuevo bajo el sol. Los critiquejos cinematográficos vernáculos –salvo una honrosa excepción- son, como los periodistas deportivos argentinos, de los peores de habla castellana. Tienen un respeto reverencial por los apellidos y tanto temor de escribir lo que piensan sobre Cloud Atlas, como los otros (los deportivos)  de reconocer, por ejemplo, que hace años que Riquelme es un ex jugador, gordo, viejo y fuera de forma, lo cual me ganará antipatías bien fundadas de varios seguidores bosteros de este blog.

En uno y en otro caso, escribo lo que pienso y siento. Y lo fundamento.

Para eso debería servir el periodismo; y mucho más, la crítica especializada.

Ello ocurre cuando la profundidad de análisis y la valentía de opinión conforman una unidad indisoluble.

Eso, hoy, en la Argentina no se consigue.