¿Era necesaria?
No, decididamente no.
Cloud Atlas, la red invisible es la prueba elocuente de que no
basta con proponerse ser innovador, sino que la innovación –por lo menos en el
cine- hay que sustentarla con una historia sólida y atrapante.
Muchos cinéfilos (si es que en
esta época pochoclera se permite la
subsistencia de los mismos) se restregaban las manos ante el matrimonio de los
hermanos Wachowski (Matrix) y el
alemán Tom Tykwer (Corre, Lola, corre).
Suponían que la reunión de talentos potenciaría el producto, por simple suma de
cualidades.
Me costó bastante dilucidar que
eran seis las historias que se cuentan en la película, yendo y viviendo en el
tiempo y el espacio, con el karma, la reencarnación y otros interrogantes
metafísicos torturando a esos personajes que, alternativamente, van sufriendo
desde el salvajismo de una época esclavista hasta los horrores de un futuro
distópico.
A lo que vi, debí unir lectura
para arribar a estas conclusiones, porque las dos horas con cincuenta y dos
minutos que se toman los Wachowski y Tykwer para contar tan descomunal historia,
no sólo es demasiado: es indigno.
Hay ocasiones en que las reglas
de la narración pueden ser dinamitadas y el resultado bordea la excelencia,
como en El árbol de la vida, del
indefinible Terrence Malick . Y hay otras, como la que nos ocupa, en que esas señales
son arrojadas a la cara del espectador sin la menor pista, sin el más elemental
código que habilite la comprensión de lo que verá en el curso de casi tres
horas. Historias supuestamente unidas por una red que es literalmente invisible.
El elenco se esfuerza por hacer
lo suyo con dignidad: Tom Hanks, Halle Berry, Hugh Grant y Susan Sarandon,
entre muchos otros, merecen un mejor envase para personajes que, en algunos
casos, destilan una riqueza dramática que los realizadores no supieron
explotar.
Patragruélica producción
independiente, Cloud Atlas, La red
invisible, insumió cien millones de dólares de producción, de los cuales en
los Estados Unidos lleva recaudados unos veintiséis millones, esperando que en
el resto del mundo la cifra redondee sesenta y cinco millones de dólares, como
para recuperar una buena parte de lo invertido.
No hay que ser Nostradamus para
oler un mal pronóstico.
Los grandes estudios, a pesar del
prestigio –sobre todo- de los Wachowski, decidieron que el film no valía el
riesgo. Decisión lógica: leyeron el guión. De allí que los directores de Matrix invirtieran capitales propios para
poner en marcha la filmación de su propio capricho.
Desde el vamos se sabía que no
sería una película fácil. Luego de verla, no quedan dudas que se trata de una
película insoportable que, sin embargo, fue defendida con tibia vehemencia
pretendidamente intelectual por ciertos critiquejos argentinos, mientras que
algunos –empleados en los diarios de mayor circulación- le bajaron el precio
solapadamente, cuidando escrupulosamente cada palabra, casi disculpándose ante
el lector por no tener la valentía de escribir que lo mejor de los Wachowski
hay que buscarlo en Matrix , mientras
que el Tykwer más sutil está en Corre,
Lola, corre.
Nada nuevo bajo el sol. Los
critiquejos cinematográficos vernáculos –salvo una honrosa excepción- son, como
los periodistas deportivos argentinos, de los peores de habla castellana.
Tienen un respeto reverencial por los apellidos y tanto temor de escribir lo
que piensan sobre Cloud Atlas, como
los otros (los deportivos) de reconocer,
por ejemplo, que hace años que Riquelme es un ex jugador, gordo, viejo y fuera
de forma, lo cual me ganará antipatías bien fundadas de varios seguidores bosteros de este blog.
En uno y en otro caso, escribo lo
que pienso y siento. Y lo fundamento.
Para eso debería servir el
periodismo; y mucho más, la crítica especializada.
Ello ocurre cuando la profundidad
de análisis y la valentía de opinión conforman una unidad indisoluble.
Eso, hoy, en la Argentina no se
consigue.