jueves, 21 de abril de 2011

EL OFICIO DE PENSAR



Mario Vargas Llosa inauguró la Feria del Libro y no ocurrió la catástrofe que algunos mediocres, obsecuentes e insensatos oficialistas pronosticaban.
El Predio Ferial de Buenos Aires no voló en mil pedazos, el Obelisco sigue en su lugar y no aparecieron hordas de intelectuales liberales intentando linchar nacionalistas.
El discurso de inauguración del Premio Nobel de Literatura llevó su marca en el orillo: fue contundente e irónico.
Algunos botones de muestra:
* "Leer nos hace libres, a condición de que podamos elegir los libros que queremos leer".
* "Los comisarios políticos han reemplazado a los inquisidores de antes".
* "Nazis, fascistas y militares han tratado de domesticar a lo largo de la historia a los pueblos... por suerte siempre han fracasado”.
Manifestaciones que no sorprenden a quienes conocen la obra de Vargas Llosa, donde la mayor parte de sus novelas critican, combaten y se burlan despiadadamente del poder y de los –supuestamente- poderosos.
Un funcionario gris, con discurso y anatomía de personaje kafkiano, Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, intentó impedir “junto a un grupo de intelectuales K” (me desayuno que existen; siempre pensé que eran términos antagónicos) que el gran autor peruano inaugurara la Feria del Libro, argumentando una serie de insensateces que, en un país serio, hubiesen provocado su inmediata remoción del cargo.
Aquí, confirmando que continuamos reñidos con la seriedad, hubo voces obsecuentes y cómplices que acompañaron a la del bibliotecario, pero la oportunista intervención de la Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, hizo naufragar el intento de veto.
¿A quién se le ocurre tratar de silenciar a semejante ícono intelectual, para colmo reciente ganador del Premio Nobel de Literatura, nada menos que en el ámbito de la Feria del Libro?
De tan ridículo, cuesta creer que algunos pretendieran censurar a un escritor en un contexto democrático.
Desconozco si González escribió algún libro. Si lo hizo, además de torpe e intolerante, su actitud es inexplicable.
Cada libro que leemos nos cambia la mentalidad para bien. Aunque ese bien signifique revisar hoy nuestros pensamientos de ayer.  Que no significa en modo alguno cambiarse cada tanto  impúdicamente de camiseta, como aquél otro funcionario lenguaraz que dictaminó (vaya a saber investido de qué conocimiento en la materia) que tanto Vargas Llosa como  Fernando Savater “hablan pavadas”.
Si estos dos señores hablan pavadas, muchos pavotes (orgullosos de serlo) disfrutamos de sus  pavadas como formidables ejercicios del pensamiento.
Recuerdo la lectura de La tía Julia y el escribidor como una de las aventuras más fascinantes que emprendí  como lector. Con los años, sospecho que fue alimentando mi deseo de entrar de lleno en el oficio de escritor. Sí, escribí oficio. Así lo definía mi querido Osvaldo Soriano.
En la charla abierta que, luego de la lectura de su texto inaugural, mantuvo con el también escritor y periodista Jorge Fernández Díaz, Vargas Llosa confirmó la necesidad de trabajar disciplinadamente para producir algo que merezca llamarse literatura.
Habló de historia, de cuestiones autobiográficas, de lo importantes que fueron en su vida algunos libros (Madame Bovary, de Gustave Flaubert, y también la correspondencia entre el autor y su amante, por ejemplo) y de política, como era de esperar.
Es un placer escuchar a Vargas Llosa. Tanto como leerlo, que es lo que muchos de los que lo critican o intentaron vetarlo no han hecho.
Eso podría inferirse de los diputados  Diana Conti y Adrián Pérez. Para la primera, el formidable hablador peruano escribió Las venas abiertas de América Latina, mientras el segundo le adjudicó la autoría de Cien años de soledad.
Sería conveniente recomendarles a Eduardo Galeano y a Gabriel García Márquez, respectivamente, que hablen con sus abogados para iniciar acciones legales.
El episodio dejó al descubierto los niveles de ignorancia que aquejan al político medio argentino.
Concepto que podría extenderse a ciertos intelectuales, que empequeñecidos por la presencia del gigante, terminan asustándose y tirando zarpazos al aire, en lugar de colocarse el overol y abocarse  –disciplinadamente- al oficio de pensar. Para lo cual es necesario reconocer que siempre habrá quienes piensan mucho y mejor que uno. Es una suerte: ¿acaso existe algo más estimulante que la posibilidad de aprender?
Tiro por la culata para quienes intentaron ensombrecer su presencia en Buenos Aires, el paso de Vargas Llosa dejó la impronta de un escritor y pensador que, con su obra y su palabra, continúa dejando al descubierto dobleces, mentiras y calamidades que prohijan la intolerancia, la cortedad de pensamiento, el autoritarismo.
Lo que más lamento es que Vargas Llosa partirá  a seguir pensando en otra parte y les dejará  la cuota de pantalla a los ignorantes de siempre.