Inevitablemente, hay momentos en la vida en los que el tango es el único aliado.
“La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Leo los foros de páginas webs varias y compruebo cómo, amparados en el cobarde anonimato de un nick, personas que temblarían de miedo ante la sola posibilidad de firmar esas mismas líneas con nombre y apellido, denuestan a diestra y siniestra a sus odiados de turno.
Desde hace un tiempo, se enseñorea por la Argentina una censurable tendencia a la descalificación del que no se acerca a nuestro pensamiento. Mucho tiene que ver el oficialismo en el crecimiento exponencial de esta cultura del odio. No porque sea intrínsecamente perverso, sino porque la dualidad, el maniqueísmo, el conmigo o contra mí, le resulta funcional a su política egoísta y prebendaria.
En nuestro país cada vez se piensa menos. O se piensa mal. O se piensa peor.
Y, muchísimas veces, ni siquiera se piensa.
Cualquier excusa es buena para tirar un par de golpes: una encerrona de tránsito, una diferencia de camisetas o divergencias ideológicas.
Los que no se atreven a volver reales esos instintos violentos, los subliman virtualmente. Se insultan, se descalifican y se ofenden entre sí, sin oponer una sola idea.
Unos son ladrones, los otros no saben gobernar; estos son ignorantes, aquellos elitistas. Nos volvimos especialistas en griteríos banales que no llegan a la categoría de discusión.
Este penoso descenso cultural se confirma en la escritura de los foristas web: horrores de ortografía, nombres propios mal escritos, verbos conjugados con dislexia. Aseguro que Jorge Luis Borges no sobreviviría a la lectura de uno solo de estos foristas, aunque seguramente se divertiría mucho.
Cada día que perdemos en no discutir qué somos y hacia dónde vamos; cada hora que desperdiciamos en no tratar de desentrañar por qué la muerte se instaló entre nosotros ante la pasividad social; cada minuto que no nos alarmamos porque en esta Argentina -literalmente- hay gente que muere de hambre, estamos, por acción u omisión, firmándole un cheque en blanco a esta dirigencia pestilente que subsidia la pobreza para tomar rehenes políticos, y pretende imponer el pensamiento único a través de patéticas teletrincheras como “6,7,8”, que además de ser un producto espantoso resulta carísimo para el erario público.
En tanto nos acostumbremos a que nos traten como lelos, se nos rían en la cara afirmando que no pasa lo que pasa, estaremos convalidando el modelo donde los cobardes foristas de la web se creen émulos de Einstein –aunque dudo que lo conozcan- y un grupo de forajidos morales se arrogan una representatividad que no tienen, pero que saben comprar.
La única manera que conozco de evitar ese estado de cosas es pensando, ubicando en contexto los hechos, analizando, yendo más allá de aceptar que estamos fenómeno porque hay récord de ventas de autos cero kilómetro.
Hubo una época, que afortunadamente conocí, en la que a mucha gente le interesaba más comprar un buen libro que un blackberry; años en los que Woody Allen medía más que Tinelli; días en los que algunos dirigentes políticos eran respetados por una condición esencial: su honestidad.
Hoy no se piensa en eso. Ni en eso ni en algo que, aún lejanamente, tenga que ver con eso.
“Alguna gente no piensa jamás. Yo me torné una celebridad pensando dos o tres veces por semana”, aseguró hace muchísimos años el genial George Bernard Shaw.
En la Argentina 2011, escasean las celebridades.