martes, 31 de julio de 2007

APARECIÓ EL SER NACIONAL

La búsqueda que, durante años desveló a los militares, finalizó el jueves 19 de julio de 2007. El tan mentado y desconocido ser nacional apareció en medio de curiosas mixturas que atraviesan la historia argentina.
En el recoleto escenario del Teatro Argentino de La Plata, la candidata oficial se lanzó al ruedo electoral con fondo de cumbia K. Lejos quedaron aquellos tiempos en los que la senadora cantaba extasiada las canciones de Silvio Rodríguez, escuchando al trovador cubano en el escenario de Plaza de Mayo.
El ser nacional impone raíces más autóctonas que el tango y el folklore. Se viene la era de la cumbia pingüina, ojalá que sin Aníbal y Alberto Fernández haciendo coros. Puede que aparezcan para los tonos de fondo León Gieco, Teresa Parodi o Víctor Heredia, entre otros intelectuales que votaron por Daniel Filmus en la elección porteña. El propio Filmus destacó que su mayor orgullo fue haber recibido el sufragio de “la gente que piensa”.
Pero ahora que el cambio recién comienza, no debe extrañar que adhieran a la candidatura presidencial de Cristina Kirchner grupos como Damas Gratis, Los Pibes Chorros, Néstor en Bloque, o cantantes como Leo Mattioli o el devaluado Daniel Agostini. Los nuevos intelectuales vienen marchando.
El ser nacional, descubrimiento del progresismo K cuya paternidad seguramente pronto conoceremos, se alimenta de la diversidad. Y no sólo musical. Que las apariencias no nos sigan engañando. Un champagne extra brut no sabe tan auténtico y argentino como un tinto de damajuana. París y Villa Soldati no se diferencian tanto como algunos nos quieren hacer creer. El más delicado de los perfumes franceses sucumbe ante el ácido, pero honesto, tufillo a sudor de cualquier operario argentino que sueña con veranear en Santa Teresita.
Hoy, por fin, hallamos la esencia del ser nacional en nuestro máxima neurosis deportiva: el fútbol. Bilardo o el fracaso. Volvé, pedían los carteles que ese mismo 17 de julio tapizaban la Capital Federal. La única verdad es la realidad. El agua cristalina de una pileta de Maracaibo no le llega ni a los talones, en lo que a resultados se refiere, al bidón con agua podrida que originó colapsos intestinales varios a los jugadores brasileños en aquél partido mundialista en el que ganamos uno a cero.
Basta de esa tontera del fair play, de entrenadores que desdramaticen todo, que no generen una ola de triunfalismo deportivo capaz de llevarse de la playa de Mayo algunos vidrios en la arena.
¡Qué distinta hubiese sido una segunda quincena de julio con la gente recibiendo a un seleccionado campéon de América, recorriendo en ómnibus descapotable las calles porteñas sin piquetes!
Felisa Miceli hubiese podido renunciar en paz, mientras el plantel saludaba en el balcón. Los medios periodísticos hubieran exaltado los valores de nuestros players, en lugar de andar hurgando detrás de Romina Picolotti o de averiguar si la Ministra de Defensa, Nilda Garré, está involucrada o no en un contrabando de armas.
El fin justifica los medios. Para qué tanta cantinela de jugadores con la familia, de rostros sonrientes y relajados, de deportistas atentos con la prensa. Nuestro ser nacional pide otra cosa: profesionales insomnes de tanto mirar videos de equipos adversarios, rostros crispados como el de Russell Crowe en Gladiador, y el cuchillo entre los dientes para salir a combatir. Porque de eso se trata el fútbol: de una batalla por el honor. Si no, ¿para qué tocan los himnos antes de cada partido? De paso, con el advenimiento de la cumbia pingüina, ¿se viene un remixado al tono del clásico de Vicente López y Planes y Blas Parera?
Era inevitable. Algún día el ser nacional iba a aparecer. Ese día llegó. Podemos festejarlo o ignorarlo.
Los argentinos somos capaces de soportar cualquier cosa.
Inclusive, el ridículo.

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