Escribo en caliente, contra lo
que pregonan los académicos.
Porque el fútbol –por fortuna- no
es académico.
Yo tampoco.
Después de la eliminación del
Barcelona de la Champions, del clásico perdido unos días antes con el Real
Madrid, los adalides del antifútbol se frotan las manos y comienzan a asomar la
cabeza que tenían enterrada cuatro metros bajo la tierra desde hacía años. Los
años que lleva el Barsa imponiendo su juego fenomenal, artístico, inimitable
Si ya no lo dijeron estarán por
hacerlo. Fernandito, el Locutor Oficial (o el Relator del Relato, como
prefieran), el Doctor, las viudas de
Bielsa y otros mediocres menos conocidos que los tres primeros, desempolvarán el
discurso fariseo: el fútbol es trabajo, lo único que importa es ganar, hay que anular
al rival como sea.
Todas estas frases cimentaron el
antifútbol que se enseñoreó sobre la Tierra desde Italia en la década del ’60.
Años en los que recuerdo que un equipo (es un decir) argentino fue directo del
vestuario a la comisaría. Durante el “partido” (es otro decir) varios de sus
jugadores (de alguna manera hay que llamarlos) habían desfigurado a algunos de sus
rivales, que integraban –paradoja del destino- una formación italiana .
Es verdad que ese equipo (¡cómo
me cuesta escribir esta palabra para identificar a un grupo de asesinos
seriales!) logró títulos nacionales e internacionales y eso es lo único que hoy
recuerda la historia. Fueron solamente animadores de estadísticas.
En el Mundial de 1974 algunos ni
recuerdan que el campeón fue Alemania, embelesados por la selección de Holanda
del magno Johann Cruyff, que salió segunda. No es un dato menor, sobre todo porque
la Naranja Mecánica perdió 2 a 1 contra los germanos.
Más cerca en el tiempo, en 2009,
un abominable latrocinio le impidió al Huracán de Ángel Cappa (por lejos el
mejor equipo argentino de los últimos años) que se coronara campeón. Los métodos
no fueron nada sutiles: un gol lícito del Globo anulado apenas comenzado el
partido a Federico Domínguez (por presunta posición fuera de juego, que no
existió) y un gol convalidado al rival con el arquero de Huracán en el piso
tras un planchazo criminal en la jugada inmediatamente anterior.
Ese año 2009 recuerdo la cancha
de Huracán repleta, con abuelos llorando de alegría con los regates de Pastore,
Defederico, Toranzo y toda la troupe. Ni yo ni nadie se olvidará de esas
emociones.
Es verdad que hubo un campeón.
Las estadísticas siempre necesitan alimento.
Hoy más que nunca hay que bancar
al Barsa, al genial Messi, al sensacional Guardiola y al resto de los
integrantes de un equipo que es el mejor que me tocó ver en los años que llevo
en el fútbol como espectador, que son muchos.
Hay que agradecerles lo felices que
nos hicieron a los que aún conservamos intacto el paladar y esperar que sigan
(porque van a seguir) por la misma senda: haciéndonos felices jugando con belleza
el más bello de los deportes.
Los pregoneros del antifútbol ya
tuvieron su merecido. Y si ahora pretenden volver con su prédica del bidón con agua
podrida, ya saben hacia donde pueden dirigir sus pasos. Las caretas se cayeron
y pesan demasiado para volver a calzarlas.
Aunque seguramente insistirán.
Tienen el cinismo, la vocación de lacayos del
poder y el espíritu de mercenarios como elementos constitutivos de su adn.
En estos tiempos de borrasca, de
mentiras pregonadas como verdades absolutas, es atendible que sea el fútbol el que
vaya reordenando la grilla: los artistas por un lado y los farsantes por el
otro.
Mi deseo es que los demás estamentos
de la sociedad imiten al fútbol.
Y que el Barcelona siga jugando
como hasta ahora.
O mejor.