viernes, 10 de agosto de 2007

FUENTEOVEJUNA

Vivir en la Argentina requiere un cuidadoso estado atlético y emocional.
Cansa, agobia.
Uno no termina de reponerse del curioso reemplazo que la ex ministra de Economía, Felisa Miceli, hizo de la vieja Libreta de Ahorro por el baño contiguo al que era su despacho privado, cuando ya lo espera otra sorpresa . Un empresario venezolano previsor, que no confía (con razón) en los bancos argentinos, decidió traer 800.000 dólares en efectivo en un maletín.
El viaje no fue demasiado riesgoso: un vuelo charter desde Venezuela (que costó miles de dólares), y acompañantes argentinos con responsabilidades en ministerios o empresas estatales.
Alguno, forzozamente, tuvo que renunciar. Pero el hombre del maletín partió raudamente. Tanto, que los dólares quedaron esperándolo en el Banco Nación.
Es sabido que, en la Argentina, ningún lugar es más seguro que un banco para custodiar dinero ajeno. Los bonistas y ahorristas protestones,está comprobado, son conspiradores encubiertos.
Por las dudas, el presidente Néstor Kirchner aclaró en un acto que: “Si hay un gobierno que combate a la corrupción, es éste”. Es decir, el suyo.
Podemos quedarnos tranquilos, entonces.
Por si hiciera falta, Aníbal Fernández está dispuesto a repetir hasta el infinito que, cualquier imputación en contra del kirchnerismo, forma parte de una conspiración.
Suponemos que, con la misma celeridad con la que fue destituido el juez Tiscornia (quien copiaba citas textuales de causas judiciales en sus dictámenes), van a progresar otras investigaciones.
La de Miceli, o las acusaciones contra la Secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti que, como buena descendiente de italianos, pensó: “Lo primero es la familia”. Y allí aparecieron parientes (sanguíneos y políticos), cobrando suculentos salarios en la dependencia que orienta la ex asambleísta de Gualeguaychú.
Un dato insidioso: Tiscornia, además de copiar expedientes, ordenó una investigación sobre la Ministra de Defensa, Nilda Garré, por presunto tráfico de armas.
¿Ven? Otra especulación conspirativa. Ante cualquier duda, consultar con Aníbal Fernández.
Y eso que el caso Skanska ya se resolvió.
¿O se olvidó?
No todas son pálidas. La candidata oficialista, Cristina Fernández de Kirchner habló con la prensa.
Extranjera.
Fue en un reportaje con Carmen Aristegui para la CNN. Se realizó en México, donde la periodista y la senadora elaboraron en poses, actitudes y contenidos, una charla más apropiada para Cosmopolitan que para la señal informativa norteamericana.
Un colega se preguntaba, en estas horas, cuánto incidiría en la imagen de la candidata la vergonzante retahíla de escándalos de corrupción que, en un país civilizado, hubiesen terminado con el gobierno.
Pero estamos en la Argentina.
O en Fuenteovejuna.
Aquí las cosas pasan, pero no pasan.
Las calamidades no tienen responsables. La culpa es de todos. O sea, de ninguno.
Una docena de indígenas de una provincia del noroeste murieron por desnutrición, muy cerca de otra provincia en la que la hermana del presidente, hace unos meses, regalaba electrodomésticos a cambio de votos.
Un par de semanas antes de la muerte de los aborígenes, un periodista mostró las tremendas imágenes que preanunciaban la tragedia. En las esferas oficiales nadie se hizo cargo. Seguramente estaban muy atareados analizando las últimas encuestas.
En Fuenteovejuna-Argentina, conozco sólo dos personas que admiten haber votado a un ex presidente que ganó, no hace mucho, tres elecciones.
Sin embargo, ni los radicales más conspicuos reconocen haber votado a De la Rúa.
Los que gritaban “Que se vayan todos”, compraron con tarjeta de crédito un juego de modernas ollas Essen, con el que reemplazaron a las abolladas, viejas y silenciadas cacerolas.
La oposición está tan desconcertada que no sabe siquiera a qué oponerse o qué nueva excusa buscar para no encontrarse.
Los más jóvenes no creen en nada.
Es entendible.
Oteando el panorama, uno no puede hacer otra cosa que entenderlos.
Los más viejos, obscenamente, tratan de hincarle el diente al hueso de la política, intentando rescatar aunque sea un caracú que los salve para siempre.
De laburar, ni hablar. Eso es para los giles. La política es otra cosa.
La política es, por ejemplo, el INDEC, que difunde los índices de inflación de Canadá, porque en la Argentina de hoy un kilo de papas está cerca de equipararse con el costo de una pepita de oro.
Escépticos hubo siempre. Y los que se resisten al cambio son los peores.
La nueva política no es fácil de entender, pero es buena para los intereses del pueblo.
¿De qué pueblo?
¿De la Argentina o de Fuenteovejuna?
Algo huele a podrido.
Y no precisamente en Dinamarca.
Mucho menos en Fuenteovejuna.
Carlos Algeri

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