lunes, 8 de agosto de 2011

ANTIARTISTAS



Existe una coincidencia más o menos generalizada que el artista es, ante todo, un ser libre.
Sin libertad no hay creatividad, ni mucho menos cuestionamiento, ni por lejos crítica que merezca ser tenida en cuenta.
Podríamos hacer una extensa lista de artistas que sufrieron la incomprensión  o la indiferencia de su época y que muchos años después (a veces hasta siglos) se tomaron revancha con la sociedad ignorante que ni siquiera los tuvo en cuenta.
Por citar dos ejemplos que me vienen a la mente en forma instantánea: Franz Kafka o Vincent Van Gogh.
Si el amigo del autor de La metamorfosis hubiese seguido al pie de la letra las instrucciones del formidable escritor checo, ésa y otras obras maestras como El proceso habrían sucumbido bajo el fuego.
En el caso de Van Gogh, fue su hermano Theo  quien, a partir de una de las más maravillosas historias fraternales que recuerde la humanidad, mantuvo viva la llama de la genialidad del gran Vincent para la posteridad.
Hoy, en las antípodas de las atormentadas existencias de Kafka o Van Gogh, sin atravesar ni un céntimo de las dificultades de aquéllos, cualquiera cree que puede convertirse en artista a partir de la más grosera de las herramientas: la fama. O de una sucursal no menos repugnante: la obsecuencia.
El genial Facundo Cabral decía en uno de sus maravillosos espectáculos: “La fama, esa prostituta que se vende al mejor postor, aunque sea el peor”.
Desde cantantes románticos hasta cocineras y conductores televisivos tienen sus compactos o libros autobiográficos que a alguien deben de interesar pues se venden. Algunos, demasiado bien para la vulgaridad que ofrecen.
En la sala de espera quedan compositores, bandas y autores de poesía o narrativa que, con fundadas dotes artísticas, deben cultivar otro arte, el de la paciencia, para evitar el desánimo y soñar con la llegada de su oportunidad.
Acabo de ver y escuchar por televisión al Ministro de Economía, Amado Boudou, tocando la guitarra eléctrica con sus amigos del grupo ultra K La Mancha de Rolando, e intentando algo parecido al canto.
Lo más encomiable de Boudou es su falta de temor al ridículo, algo imposible de disimular ante su evidente carencia de dotes para estar sobre un escenario.
A él no le importa. Es moderno. Es cool. Es, para algunos, un triunfador.
El futuro puede ser más asombroso que lo que vi en televisión: ese malogrado cantante y guitarrista puede llegar a ser vicepresidente de la República.
Sandra Russo, una de las panelistas del hiperobsecuente programa oficialista “6,7,8” es “autora” (¿o sería más prudente escribir “oyente”?)  de La Presidenta, algo con forma de libro que avergüenza dos profesiones a la vez: el periodismo y la literatura.
Escribir una pseudobiografía (en realidad, un soliloquio sin el menor rigor biográfico) corregida por la protagonista de la historia, es una de las bajezas más intolerables a las que puede denigrarse una amanuense, que supongo no pretenderá que la llamen ni periodista ni escritora.
Un periodista y escritor legítimo, honesto, verdaderamente profesional, no acepta ni una línea de censura sobre sus textos. Mucho menos una supervisión de lo escrito por el sujeto de su historia.
Son otras épocas.
Algunos logran demasiado con muy poco, mientras los que merecen el lugar continúan en la sala de espera.
El poder, la fama y la obsecuencia han determinado la aparición de una nueva raza: los antiartistas. Pretenden ser lo que no son a fuerza de prebendas o de componendas políticas.
Contrariamente a Kafka o Van Gogh, el olvido devorará rápidamente sus engendros.
Mi admirado, y ya citado, Facundo Cabral dio en Pateando tachos la más formidable definición de lo que debe ser un artista. Dijo: “Soy el único ciruja profesional; a mí la gente me paga para que diga y haga lo que no se debe, que es lo que se debería”.
Los antiartistas llegan al escenario, al libro o a al compacto por el camino inverso, a cambio de hacer exactamente lo que se espera de ellos, sin la menor pizca de rebelión.
La comparación es tremenda, lo sé.
En este rincón: Franz Kafka, Van Gogh, Facundo Cabral.
En el otro…, mejor olvídenlos.
Como canta Enrique Pinti, otro que está para el cuadro de honor:
“Pasan los mecenas, pasan los censores,
pasan los hipócritas y los moralistas,
tiempos peores y tiempos mejores,
quedan los artistas”.