martes, 23 de junio de 2009

BANANALANDIA


Lo único seguro en la Argentina es que ya nada puede sorprendernos.
A pocas horas de unos comicios legislativos que serían un tranquilo trámite cívico si la neurosis política de Néstor Kirchner no los hubiese convertido en un plebiscito para el gobierno que él maneja y en el que pone la cara su esposa, el ridículo explotó en plena compaña y por varios frentes.
Gerardo Morales, presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), el pasado fin de semana, denunció un pacto entre Kirchner y su principal oponente bonaerense, Francisco de Narváez, para reunir a la familia peronista luego del 28 de junio, sea cual fuere el resultado electoral.
No suena ilógico, conociendo la tendencia del movimiento del General y los antecedentes con los que cuenta en la materia. La denuncia de Morales tal vez se debilita un tanto (aunque pueda ser cierta) porque se la emparenta con aquél “pacto sindical-militar” que denunció Raúl Alfonsín en los umbrales de las elecciones de 1983, que ganaría el hombre de Chascomús fallecido este año. Los hechos posteriores (huelgas generales, levantamientos carapintadas) certificaron la veracidad de la denuncia.
¿La advertencia de Morales es auténtica o simplemente una pátina alfonsinista (con la carga emotiva que representa) para el crepúsculo de la campaña?
Si el pacto Kirchner-de Narváez corre por el mismo andarivel (es decir, si fuese cierto), los problemas podrían ser muchos. A la estafa moral, política y constitucional de las candidaturas “testimoniales” (resultado del fértil maquiavelismo del patagónico hincha de Racing), se agregaría la potencial traición del ex dueño de Casa Tía a sus votantes, a quienes les asegura que sólo él puede ser garantía de cambio en la Argentina.
¿La palabra cambio, en política, tendrá la misma acepción que en el diccionario?
Algún amigo se enoja cuando hablo de la nuestra como una república bananera. No me importa que se enoje. Me preocupa que no lo advierta. O quizá le guste, vaya uno a saber.
Los avisos oficiales están para el diván. O para Lacan. “A algunos les molesta que hablemos. Nosotros hacemos”, carga con todo la artillería K.
Analizado profundamente es un apotegma indisimulablemente fascista. Se sabe que al oficialismo no le importa ni la opinión ni las preguntas de los otros. Pero que lo admitan tan descaradamente…
Mientras Fernando “Pino” Solanas, el candidato más sólido de todos, crece en Capital Federal, a punto de poner en riesgo el segundo lugar que las encuestas auguraban para el Chicago boy Alfonso Pratt Gay, uno se pregunta qué recibirá en compensación Carlos Heller para poner la cara en el garantizado papelón kirchnerista en el siempre chúcaro suelo porteño.
Y puede preguntarse, además, si es posible tener peor olfato político que Elisa Carrió, para elegir como cabeza de lista de un movimiento supuestamente de centro-izquierda a un pétreo economista en el que cuesta encontrar un mínimo signo de emoción. Por las dudas, ella (que va tercera en la lista) ya abrió el paraguas y habló, muy consecuente con su modo de sentir, de una “autoinmolación” por la grandeza de la República. Y avisó públicamente que tal vez no llegue a ocupar una banca.
¿Se coloca el parche antes de la herida, o intenta una muy sutil y astuta estrategia?
También me plantean algunas dudas (no demasiadas) Luis D’Elía y el diputado Carlos Kunkel, hiperobsecuentes kirchneristas, quienes llamaron a sus “militantes” a copar la Plaza de Mayo el domingo 28 por la noche.
No dijeron si para festejar la victoria propia o impedir el festejo ajeno. Al fin y al cabo, la Plaza es del gobierno de turno. ¿O es del Pueblo?
¡Un constitucionalista a la izquierda; o a la derecha, por favor, pero constitucionalista al fin!
Se teme que haya fraude, como ya lo hubo en la elección presidencial que ganó Cristina Fernández de Kirchner. Muchos lo saben, nadie lo reconoce en público, porque al fin y al cabo, solamente la diferencia con el segundo puesto hubiese sido menor. No hubiese modificado la elección.
¿El delito es delito sólo cuando es grande, o cuando es pequeño también?
Por las dudas, ya tengo mi boleta. No sea cosa que la que tome del cuarto oscuro venga con alguna “imperfección de fábrica” que facilite su impugnación.
Yo, que nunca recomiendo nada, esta vez voy a apartarme de la regla. Lo más sano y serio es solicitar la boleta de los candidatos que uno piensa votar en locales partidarios. Estrechar al mínimo la potencial eficacia de un fraude que se da por descontado y que ya comenzó antes del domingo 28 de junio con las candidaturas testimoniales, las colectoras y demás ardides burdos para confundir a la gente.
Vivir en Bananalandia tiene algunos aspectos divertidos desde lo folklórico.
Pero en el umbral de una elección con este pronóstico, se siente un muy fundado temor por tanta precariedad intelectual y tamaña manipulación política.
En Bananalandia imperan la corrupción, la extorsión, el engaño, la estupidez y el desdén de numerosos ciudadanos, a los que les importa un bledo en manos de quién ponen el timón de conducción del suelo que habitan.
Así nos va.