El fenómeno Racing es capaz de producir hechos asombrosos.
El Presidente de la Nación, Néstor Kirchner, optó por un pesado e indigerible silencio cuando la tragedia de Cromagnon segó 194 vidas.
También optó por hacer mutis por el foro cuando Daniel Varizat, un ex funcionario de su provincia, Santa Cruz, arrollaba con su camioneta 4 x 4 a un grupo de manifestantes patagónicos.
Ninguna palabra salió de la máxima autoridad del país cuando, semanas atrás, todos los indicios indicaban que en Córdoba la historia política argentina había exhumado prácticas de principios del siglo anterior. Fraude electoral, para ser más preciso.
Eran indicios solamente, claro.
Entre esos indicios figuraban 162 urnas virtuales. Es decir: 162 urnas más que las habilitadas oficialmente. Un indicio demasiado contundente.
En cualquier país serio del planeta, eso habría bastado para anular la elección y determinar su nueva realización.
Pero esto ocurrió en la Argentina.
El mismo país en el que el Presidente, llamado a silencio en cada uno de los hechos trascendentales que se suceden, decidió que la continuidad de Gustavo Costas como entrenador del Racing Club era un tema de estado.
Por lo tanto, merecedor de su respaldo público.
Aunque, en realidad podría tratarse de una suerte de abrazo del oso si, como sostiene una versión, el propio Kirchner (que se dice simpatizante de Racing) habría aportado nombres a la empresa que gerencia el club.
Otro trascendido asegura que un directivo de Blanquiceleste habría mantenido una reunión con Antonio Mohamed, ex entrenador de Huracán, para ofrecerle la conducción futbolística de la Academia a partir de enero de 2008.
Desde ya, sin que Costas –director técnico en funciones- supiese nada.
Pero alguien le avisó. Algunos sostienen que fue el propio Mohamed. No sería extraño: el Turco tiene una reconocida hidalguía, poco común en este país de cínicos profesionales.
Costas, tocado en su amor propio, fundamentalmente porque es un hombre nacido en Racing y que ama al club, no lo soportó y anunció su decisión de renunciar.
No contaba con un hecho que traspasó lo futbolístico y se convirtió en un formidable cachetazo para la impresentable dirigencia argentina (futbolística, gremial y política): más de trescientos hinchas se llegaron el fin de semana pasado al hotel donde estaba concentrado el plantel de Racing. Con bombos y platillos, le pidieron al caudillo racinguista que no abandonara la batalla.
Tenían muy claros los motivos de su reclamo. La mayoría de ellos llevaba puesta la camiseta de Racing y sostenía en sus manos un cartel impreso que decía “Fuera BC”, iniciales de Blanquiceleste.
Costas, emocionado por el respaldo popular y el de sus jugadores, decidió seguir.
Con las banderas colgadas al revés por los hinchas, en repudio a la cuestionada gerenciadora, el domingo 23 de septiembre Racing le ganó 1 a 0 de visitante a Arsenal, tal vez el rival más incómodo del actual torneo argentino de fútbol.
El entrenador, los jugadores y los legítimos hinchas de la Academia lo merecían.
La arrogancia kirchnerista no acusó recibo ni lo acusará. Están seguros de que el partido del 28 de octubre lo tienen ganado sin salir a la cancha.
Por eso, como en la Argentina todo anda fenómeno, el matrimonio de la sucesión política anda por los Estados Unidos.
Sería de mal gusto recordarle a la pareja que, muy lejos de donde ellos están, y muy cerca de donde nosotros estamos, concretamente en algunas provincias del norte argentino, la mortalidad por desnutrición es un dolor cotidiano.
Pero ésa es otra Argentina.
Récord de venta de electrodomésticos, ejércitos de consumidores atestando las agencias de automóviles, largas colas en las verdulerías e hipermercados para comprar papa al precio oficial de 1,40 pesos el kilo, son también postales argentinas de hoy.
Aunque no se sabe bien si reales o virtuales, como las urnas cordobesas.
La inflación es un invento de los agoreros de turno.
La inseguridad, una bandera de la derecha.
La pésima atención en los hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires, una chicana con la que, una oposición tan poco seductora electoralmente como el oficialismo, intenta captar algunos votos.
Aún no conocí a nadie que me dijera, taxativamente, que votará por Cristina Fernández, que es Kirchner, en las elecciones de octubre.
¿Por prudencia, por vergüenza o porque aún peretenece al bando de los indecisos?
Sin embargo, los inefables encuestadores no dudan que “Cristina Presidenta” (como publicita en su camiseta Tristán Suárez, club que milita en la Primera B metropolitana y que maneja el ex hipermenemista Alejandro Granados), será una realidad.
Es muy probable que esto ocurra.
También que, post-octubre, lleguen los tarifazos tan temidos.
Todo, una vez que los votos estén convenientemente guardados en las urnas.
Y la candidata, ungida.
Muchos ya lo han advertido. Otros prefieren contemplarse el ombligo, pensar que si pudieron cambiar el auto y dejarlo estacionado en la puerta para poner verde de envidia al vecino, todo lo demás es una cuestión menor.
Son los mismos que en 2001 abollaron cacerolas pidiendo que se vayan todos, puteando por la guita que les robó el corralito, y perjurando que jamás volverían a votar a ninguno de los representantes de la vieja política.
Paradójicamente, en octubre, a bordo del lustrado cero kilómetro, se acercarán a la escuela designada y no tendrán la menor aprehensión por introducir en la urna una lista sábana, con la mayoría de los nombres vituperados a voz en cuello hace seis años.
De una vez por todas debemos reconocer que una gran mayoría de argentinos padecen de insensatez crónica. Que les interesa un rábano el destino de su prójimo. Que son tan egoístas que sólo reaccionan cuando les tocan el propio bolsillo, o les empeñan el auto o el home theatre, porque no pueden pagar las 150 cuotas que les prometieron fijas y, repentinamente, se convirtieron en flotantes.
En una de sus mejores canciones, “Padre”, el increíble Patxi Andion recuerda con su poderosa voz: “No quisiste jamás salvarte solo / porque no hay salvación decías / si no es con todos”.
Millones de argentinos deberían repetir este estribillo hasta comprenderlo.
Aunque, como dicen en el campo, es difícil que el chancho chifle.
Carlos Algeri
El Presidente de la Nación, Néstor Kirchner, optó por un pesado e indigerible silencio cuando la tragedia de Cromagnon segó 194 vidas.
También optó por hacer mutis por el foro cuando Daniel Varizat, un ex funcionario de su provincia, Santa Cruz, arrollaba con su camioneta 4 x 4 a un grupo de manifestantes patagónicos.
Ninguna palabra salió de la máxima autoridad del país cuando, semanas atrás, todos los indicios indicaban que en Córdoba la historia política argentina había exhumado prácticas de principios del siglo anterior. Fraude electoral, para ser más preciso.
Eran indicios solamente, claro.
Entre esos indicios figuraban 162 urnas virtuales. Es decir: 162 urnas más que las habilitadas oficialmente. Un indicio demasiado contundente.
En cualquier país serio del planeta, eso habría bastado para anular la elección y determinar su nueva realización.
Pero esto ocurrió en la Argentina.
El mismo país en el que el Presidente, llamado a silencio en cada uno de los hechos trascendentales que se suceden, decidió que la continuidad de Gustavo Costas como entrenador del Racing Club era un tema de estado.
Por lo tanto, merecedor de su respaldo público.
Aunque, en realidad podría tratarse de una suerte de abrazo del oso si, como sostiene una versión, el propio Kirchner (que se dice simpatizante de Racing) habría aportado nombres a la empresa que gerencia el club.
Otro trascendido asegura que un directivo de Blanquiceleste habría mantenido una reunión con Antonio Mohamed, ex entrenador de Huracán, para ofrecerle la conducción futbolística de la Academia a partir de enero de 2008.
Desde ya, sin que Costas –director técnico en funciones- supiese nada.
Pero alguien le avisó. Algunos sostienen que fue el propio Mohamed. No sería extraño: el Turco tiene una reconocida hidalguía, poco común en este país de cínicos profesionales.
Costas, tocado en su amor propio, fundamentalmente porque es un hombre nacido en Racing y que ama al club, no lo soportó y anunció su decisión de renunciar.
No contaba con un hecho que traspasó lo futbolístico y se convirtió en un formidable cachetazo para la impresentable dirigencia argentina (futbolística, gremial y política): más de trescientos hinchas se llegaron el fin de semana pasado al hotel donde estaba concentrado el plantel de Racing. Con bombos y platillos, le pidieron al caudillo racinguista que no abandonara la batalla.
Tenían muy claros los motivos de su reclamo. La mayoría de ellos llevaba puesta la camiseta de Racing y sostenía en sus manos un cartel impreso que decía “Fuera BC”, iniciales de Blanquiceleste.
Costas, emocionado por el respaldo popular y el de sus jugadores, decidió seguir.
Con las banderas colgadas al revés por los hinchas, en repudio a la cuestionada gerenciadora, el domingo 23 de septiembre Racing le ganó 1 a 0 de visitante a Arsenal, tal vez el rival más incómodo del actual torneo argentino de fútbol.
El entrenador, los jugadores y los legítimos hinchas de la Academia lo merecían.
La arrogancia kirchnerista no acusó recibo ni lo acusará. Están seguros de que el partido del 28 de octubre lo tienen ganado sin salir a la cancha.
Por eso, como en la Argentina todo anda fenómeno, el matrimonio de la sucesión política anda por los Estados Unidos.
Sería de mal gusto recordarle a la pareja que, muy lejos de donde ellos están, y muy cerca de donde nosotros estamos, concretamente en algunas provincias del norte argentino, la mortalidad por desnutrición es un dolor cotidiano.
Pero ésa es otra Argentina.
Récord de venta de electrodomésticos, ejércitos de consumidores atestando las agencias de automóviles, largas colas en las verdulerías e hipermercados para comprar papa al precio oficial de 1,40 pesos el kilo, son también postales argentinas de hoy.
Aunque no se sabe bien si reales o virtuales, como las urnas cordobesas.
La inflación es un invento de los agoreros de turno.
La inseguridad, una bandera de la derecha.
La pésima atención en los hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires, una chicana con la que, una oposición tan poco seductora electoralmente como el oficialismo, intenta captar algunos votos.
Aún no conocí a nadie que me dijera, taxativamente, que votará por Cristina Fernández, que es Kirchner, en las elecciones de octubre.
¿Por prudencia, por vergüenza o porque aún peretenece al bando de los indecisos?
Sin embargo, los inefables encuestadores no dudan que “Cristina Presidenta” (como publicita en su camiseta Tristán Suárez, club que milita en la Primera B metropolitana y que maneja el ex hipermenemista Alejandro Granados), será una realidad.
Es muy probable que esto ocurra.
También que, post-octubre, lleguen los tarifazos tan temidos.
Todo, una vez que los votos estén convenientemente guardados en las urnas.
Y la candidata, ungida.
Muchos ya lo han advertido. Otros prefieren contemplarse el ombligo, pensar que si pudieron cambiar el auto y dejarlo estacionado en la puerta para poner verde de envidia al vecino, todo lo demás es una cuestión menor.
Son los mismos que en 2001 abollaron cacerolas pidiendo que se vayan todos, puteando por la guita que les robó el corralito, y perjurando que jamás volverían a votar a ninguno de los representantes de la vieja política.
Paradójicamente, en octubre, a bordo del lustrado cero kilómetro, se acercarán a la escuela designada y no tendrán la menor aprehensión por introducir en la urna una lista sábana, con la mayoría de los nombres vituperados a voz en cuello hace seis años.
De una vez por todas debemos reconocer que una gran mayoría de argentinos padecen de insensatez crónica. Que les interesa un rábano el destino de su prójimo. Que son tan egoístas que sólo reaccionan cuando les tocan el propio bolsillo, o les empeñan el auto o el home theatre, porque no pueden pagar las 150 cuotas que les prometieron fijas y, repentinamente, se convirtieron en flotantes.
En una de sus mejores canciones, “Padre”, el increíble Patxi Andion recuerda con su poderosa voz: “No quisiste jamás salvarte solo / porque no hay salvación decías / si no es con todos”.
Millones de argentinos deberían repetir este estribillo hasta comprenderlo.
Aunque, como dicen en el campo, es difícil que el chancho chifle.
Carlos Algeri